CHRYSLER BUILDING RASCANDO EL CIELO
Esa mañana, miles de personas tomaron el metro para viajar al centro de la ciudad. ¿Su destino? Muy probablemente, uno de esos altos edificios de oficinas que en los últimos años habían perforado el cielo neoyorquino y transformado la ciudad. Era el 23 de octubre de 1929. Una jornada más de trabajo, otro día más en la vida de los habitantes de Nueva York, ajenos al hecho de que, solo a unas calles de distancia, estaba a punto de crearse una leyenda.
El arquitecto William Van Alen miraba con preocupación desde la calle. Después de tanto tiempo guardando el secreto, al fin su plan estaba a punto de ver la luz. Ni siquiera los más de dos mil operarios que trabajaban en el proyecto sabían exactamente qué eran aquellas cinco piezas de acero inoxidable que habían estado depositando en el interior del edificio. Ahora, mientras las juntaban, un todo empezó a cobrar sentido. ¡Una aguja! Las grúas estaban listas ya para subir el pináculo y colocarlo en lo más alto del capitel. Noventa minutos fue todo lo que tardaron. Un cambio en el tiempo, un viento más fuerte, habría dificultado la labor y puesto en peligro a los trabajadores y a los viandantes. Pero ese día todo fue perfecto, un sueño hecho realidad. El edificio Chrysler rascaba ya el cielo y se coronaba como el más alto de la ciudad y del mundo entero.
A solo unas manzanas, en Wall Street, cuando iban a ser las tres de la tarde, la bolsa empezaba a caer en picado. En seis días tendría lugar el fatídico “martes negro”, fecha que acabaría desencadenando el inicio de la Gran Depresión. A unos meses de su inauguración, el edificio Chrysler quedaría para siempre ligado a una
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