EL CAMINO de la FELICIDAD
HACE UN TIEMPO tenía un sueño y era recorrer la frontera con China desde Vietnam. Surgió cuando vi un programa de viajes sobre grupos originarios al sur de China. Entonces pensé, quiero ir, para descubrir qué hay tras esas montañas del lado de Vietnam. Este país siempre me pareció interesante y auténtico y quería ver de primera fuente su riqueza cultural, en una zona que está lejos, aún, de la intromisión de occidente.
Comencé la ruta desde Ha Giang con una amiga que conocí viajando, Elizabeth, chilena y originaria de Yungay (yo soy de Chillán). Aquí arrendamos una moto scooter de 125 centímetros cúbicos, muy inferior a otra que habíamos arrendado antes, en Indonesia. Pero ya estaba pagada y nosotras listas para comenzar. Llevábamos mochilas de siete kilos y un bolso de mano, y aunque parecía que nuestra máquina se iba a desarmar en cualquier momento, nos acompañó rauda en cada parte del viaje.
La incomodidad era innegable pero el paisaje lo valía, pese a que estaba lloviendo. A ratos, el cielo figuraba blanco como una bomba molotov que acaba de explotar y las nubes se disipaban entre los valles y se robaban el protagonismo. Según meteorología, el clima se mantendría así, por lo que nos compramos unas capas de nailon gruesas y material de «flotador», una fucsia y la otra violeta, ambas con lunares blancos, y al más puro estilo «teletubbie», decidimos darle color a este paraje y lo logramos. De hecho, nos dijeron que era el mejor conjunto que habían visto y claramente sacamos más de una carcajada.
Toda esta historia comienza en la capital de Vietnam, la revolucionada Hanoi. Allí tomamos un bus nocturno que
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