LOS MISTERIOS DE LA GIOCONDA
Solemos caer en el error de creer que la producción de las creaciones artísticas que hoy se exponen bajo el reclamo de “obra maestra” o de “no te la puedes perder” se hicieron para nosotros. A veces creemos que hubo una percepción de su inmortalidad antes de que surgieran los museos actuales como estandartes de la cultura de masas. Podría sugerirse que hubo una intención de perpetuidad en lo que hoy consideramos museos al aire libre, donde tendrían cabida las pinturas y el arte rupestre del periodo prehistórico. Pero es mucho suponer. Lo que hoy consideramos arte sumerio, en su día no fue sino un elemento de propaganda bélica y religiosa, al igual que el arte egipcio tenía una fuerte connotación sagrada y funeraria. Y aunque en el país del Nilo sí encontramos pruebas de creencias en la eternidad, la perpetuidad y la inmortalidad, no podemos afirmar categóricamente que todo aquello que hoy consideramos arte fuera entendido como tal por sus propios autores. Conceptos como museología (la teoría y la administración del tema artístico) y museografía (la puesta en escena y el uso del espacio en que se exhibe) no existían.
En el universo que rodeaba a Leonardo da Vinci, polímata florentino y prototipo de hombre universal según la opinión comúnmente aceptada, cabe destacar una obra que nunca terminó del todo, aunque lo correcto sería decir que nunca quiso terminar, o más bien que nunca entregó. es uno de los grandes enigmas del imaginario leonardesco. ¿Quién fue la modelo representada en la obra? ¿Quién eligió el nombre para un cuadro que Leonardo da Vinci nunca tituló? ¿Fue en realidad
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