CADA COSA EN SU SITIO
EN 1998, DENNIS FREEDMAN, que entonces vivía en un apartamento de renta controlada de los años cincuenta en Beekman Place (Manhattan), estaba ojeando el catálogo de una subasta cuando vio un objeto que le cambiaría la vida. Con una anchura de 120 cm, el sillón-escultura Capitello, realizado en espuma de poliuretano, se asemeja a la parte superior de una columna jónica que hubiera sido seccionada y caído a tierra. Aunque todavía hay una empresa italiana —Gufram, con sede en Barolo, que fue pionera en la utilización del Guflac, un barniz flexible pero resistente— que sigue fabricando versiones de esta pieza, la que llamó la atención de Freedman pertenecía a una de las primeras series, diseñada en 1971 por Studio 65, uno de los colectivos de diseño radical que se formaron en Italia durante una época de tumultuosas protestas estudiantiles. Estos grupos, entre los que se encontraban Superstudio y Archizoom Associati, bebían de la influencia del arte pop estadounidense, de las películas de la nouvelle vague francesa y de las obras vanguardistas del dramaturgo galorumano Eugène Ionesco, y produjeron miles de bocetos de gran complejidad, aunque rara vez llegaron a convertirlos en objetos reales. Con el cambio cultural, estas obras, que nunca habían sido populares entre el público mayoritario, pasaron a ser desconocidas para todo el mundo excepto para un minúsculo grupo de entendidos.
Freedman, ahora sexagenario, era director creativo de la revista W cuando el Capitello lo dejó petrificado. Había ocupado ese
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