CÁMARA TEMBLOROSA
Creo que no hay otro lance cinematográfico tan polémico como el de la cámara temblorosa. El público en general lo detesta, pero a los directores que lo usan les trae sin cuidado. Muchos espectadores argumentan que les desorienta, pero es una desorientación pretendida. Algunos incluso han declarado que, vinculado con un montaje videoclipero, les hace vomitar. Las salas de cine ya se curan en salud y avisan de la posible náusea en la propia entrada. Creo que esto no palia el desconcierto del espectador que no tolera tanto ajetreo. A mí no me marea, pero me expulsa de la historia y me hace tomar conciencia en la técnica de filmación. Truffaut pensaba que, si el espectador percibía los recursos cinematográficos, no le interesaba la historia que le estaba contando.
Para los directores del cine clásico la cámara debía de los “jóvenes airados” británicos. Influido por las indicaciones estilísticas de Dziga Vertov y su grupo, el francés Jean Rouch lideró el de finales de los cincuenta. Sus anhelos se cimentaban en una concepción cinematográfica tanto espiritual como técnica alejada de las indicaciones de Hollywood y del anquilosado cine francés del momento. El documental de ficción fue uno de sus temas más visitados: en ocasiones improvisaban el guion, rodaban en escenarios naturales y casi siempre con la cámara en mano. En aquellos años, se disponía ya de cámaras más manejables por lo que esta corriente pudo desarrollarse en plenitud de condiciones. Rouch presentó , en 1958 y se erigió enseguida como la piedra angular en Europa de este nuevo cine. En Estados Unidos evolucionó a trompicones; hasta el advenimiento incontenible del (1968) de John Cassavetes, cineasta de prestigio que prosperó al bies de la industria, entre el malditismo de su obra y los productos pensados para su esposa, Gena Rowlands.
