Hay territorios desde donde se puede entender cómo y por qué están cambiando las violencias feminicidas a nivel global. México es uno de ellos.
En este país, las formas tradicionales de violencia feminicida —desde la violencia familiar hasta la laboral—, cuyo emblema fue Ciudad Juárez, se entrelazan con formas contemporáneas, como las desapariciones y los feminicidios a gran escala. La telaraña de poderes neoliberales y autoritarios agudizan las violencias y en los cuerpos de las mujeres y en los cuerpos feminizados se concentran las prácticas de violencia que sirven como mecanismos de despojo contra los cuerpos de todxs.
Pero también, gracias a los feminismos mexicanos y latinoamericanos, se empieza a nombrar lo indecible y a renovar la existencia. Desde los 90, las actoras involucradas han desplazado políticamente los modos de preguntar y, por tanto, de intervenir: han pasado del “¿quién está cometiendo los crímenes?” al “¿quién ha creado las condiciones adecuadas para que —quienquiera que sea— pueda cometer los crímenes?”