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Cuentos infantiles del tío Jhon
Cuentos infantiles del tío Jhon
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Libro electrónico257 páginas2 horas

Cuentos infantiles del tío Jhon

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Información de este libro electrónico

Disfruta con tus hijos de varias edades y con toda la familia de varios cuentos muy entretenidos, divertidos y con un mensaje positivo. 

 

IdiomaEspañol
EditorialJonathan Wright
Fecha de lanzamiento8 dic 2025
ISBN9798232773113
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    Cuentos infantiles del tío Jhon - John Writer

    Queridos lectores:

    ––––––––

    Este libro está hecho para quienes aún creen en la magia que habita en los animales, los árboles, las flores y en cada rincón de la naturaleza.

    Cada historia que encontrarás aquí fue escrita para hacerte soñar, reír y aprender, porque en cada cuento hay una semilla de sabiduría escondida entre risas, aventuras y personajes entrañables.

    ––––––––

    En estas páginas conocerás zorros ingeniosos, conejos astutos, gusanos dormilones y gallitos testarudos, todos con algo en común: descubren que la bondad, el esfuerzo y la obediencia son los verdaderos caminos hacia la felicidad.

    ––––––––

    No importa si eres niño, adolescente o adulto, porque los cuentos no tienen edad.

    Cada uno guarda un mensaje diferente para quien lo lee con el corazón abierto.

    ––––––––

    Así que prepárate para entrar en un mundo donde las palabras tienen vida y las historias te enseñan sin que te des cuenta.

    Toma aire, abre el libro, y deja que la imaginación te lleve de la mano.

    ––––––––

    Con cariño,

    El narrador de los sueños

    El zorro y el conejo inteligente

    Era una mañana radiante en el bosque Esmeralda. Los rayos del sol se filtraban entre los árboles, iluminando el rocío que cubría las hojas como diminutas joyas. Los pájaros cantaban alegres y el viento soplaba suave, llevando consigo el perfume de las flores silvestres.

    ––––––––

    En medio de aquel paraíso, un zorro llamado Zairo caminaba con paso sigiloso. Era famoso por su astucia; todos en el bosque sabían que si había una trampa, seguro venía de él. Nadie me gana en ingenio, decía con orgullo mientras se miraba reflejado en el agua del río.

    ––––––––

    Un poco más allá, saltando entre arbustos y hojas secas, vivía Lino, un conejo de orejas largas, mirada vivaz y mente brillante. No era el más rápido ni el más fuerte, pero sí el más observador. Le encantaba pensar antes de actuar, lo que a veces lo hacía parecer distraído.

    ––––––––

    Aquel día, el destino quiso que ambos se encontraran en un claro del bosque. Zairo, con una sonrisa astuta, saludó al pequeño conejo.

    —¡Buenos días, amigo Lino! ¿Qué haces tan temprano?

    —Recojo zanahorias para mi familia —respondió el conejo sin levantar la vista.

    —Oh, qué labor tan aburrida —rió el zorro—. Yo prefiero buscar algo más... interesante.

    ––––––––

    Lino lo miró con calma y replicó:

    —A veces, lo más sencillo es lo que da más fruto, Zairo.

    El zorro soltó una carcajada.

    —¡Veremos si tu ingenio puede igualar mi astucia algún día, pequeño orejón!

    ––––––––

    Y así comenzó una amistad curiosa, entre el zorro presumido y el conejo sabio. Pasaron los días y ambos se encontraban a menudo, conversaban, exploraban y discutían sobre quién era más listo. Hasta que un día, mientras caminaban juntos, Zairo señaló un gran manzano al otro lado del río. En sus ramas más altas brillaban unas manzanas doradas, tan hermosas que parecían de oro.

    ––––––––

    —Mira, Lino —dijo el zorro con ojos codiciosos—, si traigo esas manzanas, todos en el bosque hablarán de mí.

    —Pero el río es profundo y la corriente fuerte —advirtió el conejo.

    —Eso no es problema para un zorro como yo.

    ––––––––

    Zairo se lanzó al agua sin pensarlo dos veces, pero pronto la corriente lo arrastró río abajo. Dando vueltas y manotazos, logró salir empapado y lleno de barro. Lino, que lo había observado todo, construyó un pequeño puente con ramas y piedras. Pasó al otro lado, trepó con cuidado y bajó con una manzana dorada entre sus patitas.

    —Toma, amigo —le dijo con amabilidad—, una para ti.

    Zairo, avergonzado, la recibió sin decir palabra. Desde entonces, algo cambió en su interior: por primera vez, admiró más la paciencia que la rapidez.

    Días después, mientras caminaban por el bosque, ambos encontraron algo extraño entre los matorrales: un pedazo de carne sobre una hoja.

    —¡Un regalo del destino! —gritó Zairo, relamiéndose.

    ––––––––

    —Espera —dijo Lino—, huele raro.

    El conejo notó que el suelo estaba cubierto de hojas recién movidas.

    —Zairo, eso es una trampa humana. Si das un paso más, caerás en ella.

    El zorro resopló.

    —No seas miedoso, conejo. Yo sé de trampas.

    ––––––––

    Zairo dio un salto y ¡crac! Quedó atrapado en una red que se elevó por los aires. Lino corrió al ver al zorro pataleando desesperado. Rápidamente roció las cuerdas con savia pegajosa y hojas húmedas hasta que se ablandaron. Luego mordió con todas sus fuerzas. La red cedió y el zorro cayó al suelo.

    ––––––––

    Zairo lo miró, jadeando.

    —Me... me salvaste.

    —A veces, Zairo, no hace falta ser astuto. Solo tener corazón —respondió el conejo.

    ––––––––

    El zorro bajó la cabeza, avergonzado. Era la primera vez que se sentía más pequeño que un conejo.

    ––––––––

    Una tarde, el cielo se tornó gris. El viento rugía y los árboles crujían. Lino corrió a su madriguera, pero al pasar vio al zorro sin refugio.

    —¡Zairo, ven conmigo! —gritó.

    —No necesito ayuda —respondió el zorro, aunque temblaba.

    ––––––––

    La lluvia comenzó a caer con fuerza. Los rayos iluminaban el bosque. Zairo intentó buscar una cueva, pero el agua lo rodeó. Entonces, apareció el conejo con una rama larga y firme.

    —¡Agarra! —le gritó.

    Zairo se aferró y el conejo lo ayudó a subir al árbol donde se refugiaban los pájaros.

    ––––––––

    Pasaron la noche allí, tiritando pero juntos. Cuando el sol volvió a salir, el zorro miró al pequeño conejo y dijo:

    —Tu ingenio me ha salvado otra vez, Lino. Yo... te debo mucho.

    —No me debes nada, Zairo. Solo aprende a escuchar más y confiar menos en tu astucia.

    ––––––––

    El zorro asintió. Por primera vez, aprendió el valor de la humildad. Con el tiempo, todos en el bosque hablaron del cambio del zorro. Ya no era presumido ni tramposo, sino un amigo fiel que ayudaba a los demás.

    ––––––––

    Un día, mientras compartían una zanahoria junto al río, Lino dijo sonriendo:

    —¿Recuerdas cuando dijiste que tu astucia era invencible?

    Zairo rió con ternura.

    —Sí... y resultó que el verdadero vencedor fue tu ingenio.

    ––––––––

    El conejo miró el reflejo del agua y respondió:

    —No se trata de vencer, amigo mío. Se trata de aprender.

    ––––––––

    El viento sopló entre las hojas, llevando consigo el eco de una nueva amistad: la de un zorro más sabio y un conejo más querido.

    ––––––––

    🌿 Moraleja

    ––––––––

    > La astucia busca ganar rápido, el ingenio busca comprender.

    El astuto triunfa un momento, pero el sabio vence para siempre.

    La astucia no siempre gana al ingenio.

    Héctor, el Gusano Perezoso

    En el rincón más verde y tranquilo de un gran jardín vivía Héctor, un pequeño gusano de cuerpo brillante y andar lento. Tenía la piel suave como el musgo y una mirada soñadora, de esas que parecen estar siempre mirando las nubes en lugar del suelo.

    ––––––––

    A diferencia de los demás gusanos, que se pasaban el día comiendo hojas frescas, tejiendo capullos o buscando un buen lugar para protegerse de la lluvia, Héctor prefería descansar.

    —¿Para qué tanto esfuerzo? —decía bostezando mientras se estiraba sobre una hoja ancha y tibia—. Siempre hay tiempo para hacerlo mañana.

    ––––––––

    Sus amigos lo regañaban con cariño.

    —Héctor, no seas tan perezoso —decía Tina, una oruga trabajadora—. Si no comes bien ni preparas tu capullo, cuando llegue el viento frío no sabrás dónde esconderte.

    Pero él respondía con voz tranquila:

    —El viento no llega tan pronto. Y cuando llegue, seguro encontraré dónde dormir.

    ––––––––

    Y así, día tras día, Héctor se quedaba mirando las nubes, inventando formas y soñando con volar como las mariposas que cruzaban el jardín.

    —Mira a Lila, la mariposa blanca —le decía Tina—. Ella también fue gusana, pero trabajó duro para tener esas alas.

    —Bah, no debe ser tan complicado —decía Héctor entre risas—. Cuando me convierta en mariposa, yo también volaré sin cansarme.

    ––––––––

    Pero Lila, que lo escuchaba desde una flor, movía las alas con paciencia y le decía:

    —Héctor, ningún sueño se cumple sin esfuerzo. Para volar primero hay que trabajar.

    ––––––––

    El gusano la observaba marcharse, girando perezoso sobre su hoja, mientras el sol se ponía y el viento traía el canto de los grillos. Ya habrá tiempo, pensaba.

    ––––––––

    Pasaron los días, las flores comenzaron a marchitarse, y el aire se volvió más frío. Los demás gusanos ya habían hilado sus capullos, bien abrigados y seguros. Solo Héctor el gusano perezoso seguía durmiendo, envuelto apenas en una hoja medio seca.

    ––––––––

    Una mañana, el cielo amaneció gris y un fuerte viento sopló entre los árboles. Las hojas caían, y las ramas desnudas crujían. Héctor despertó sobresaltado; su hoja se movía peligrosamente.

    —¡Oh, no! ¡Mi casa! —gritó mientras trataba de sujetarse.

    La ráfaga lo lanzó al suelo. Cayó entre barro y ramas mojadas. Buscó refugio, pero no quedaba ninguna hoja firme. Su cuerpo temblaba de frío y miedo.

    ––––––––

    —¡Lila! ¡Tina! ¿Dónde están? —gritó con voz débil, pero nadie respondió. Todos dormían seguros en sus capullos.

    ––––––––

    Lila, que había sentido el viento desde su flor, salió a buscarlo. Lo encontró entre las raíces de un árbol, tiritando y cubierto de barro.

    —Héctor, ¡te lo advertimos! —dijo preocupada mientras lo cubría con sus alas—. Debes protegerte o no resistirás la noche.

    El gusano, con lágrimas en los ojos, susurró:

    —Lo sé, Lila. Fui perezoso. Creí que todo se podía dejar para después... pero el después ya llegó.

    ––––––––

    La mariposa lo llevó con cuidado hasta una rama protegida del viento.

    —Te ayudaré esta vez, pero tendrás que trabajar, ¿de acuerdo? —le dijo dulcemente.

    —Sí... lo prometo —respondió Héctor, avergonzado.

    ––––––––

    Y así fue como, por primera vez, Héctor el gusano perezoso comenzó a trabajar. Sus movimientos eran torpes, se cansaba rápido, pero Lila lo animaba. Le enseñó a hilar seda, a fijarla con cuidado, a envolver su cuerpo paso a paso.

    ––––––––

    Los días pasaron. Héctor tejía sin descanso, aprendiendo el valor del esfuerzo. A veces el viento arrancaba un hilo, y debía empezar de nuevo. Otras veces se le cerraban los ojos del sueño, pero recordaba el frío de aquella noche y seguía adelante.

    ––––––––

    —Mira lo que estás haciendo —le decía Lila orgullosa—. Ya casi tienes tu capullo completo.

    —Nunca imaginé que trabajar diera tanta satisfacción —respondía él, sonriendo cansado pero feliz.

    ––––––––

    Cuando al fin terminó, el sol se escondió tras las montañas, y Héctor se durmió dentro de su pequeño hogar de seda. Afuera, el invierno cubrió el jardín de escarcha, pero él descansaba cálido y seguro.

    ––––––––

    Pasaron los días, luego las semanas, y un amanecer, cuando el calor volvió a despertar las flores, el capullo se movió. Un brillo suave se filtró entre los hilos. Y de su interior, con esfuerzo, emergió una hermosa mariposa de alas doradas. Era Héctor, el gusano perezoso que había aprendido a trabajar.

    ––––––––

    Extendió sus alas temblorosas y sintió el aire acariciarlas. Lila lo esperaba en el aire, sonriendo.

    —¡Sabía que lo lograrías, Héctor! —dijo con alegría.

    —Y yo que creía que el trabajo era aburrido —respondió él riendo—. Pero sin él, nunca habría llegado tan alto.

    ––––––––

    Ambos volaron juntos sobre el jardín, entre flores nuevas y hojas verdes. Desde el cielo, Héctor miró la hoja donde solía dormir y pensó:

    —La pereza me hizo soñar, pero el esfuerzo me dio alas para cumplir mis sueños.

    ––––––––

    Y desde entonces, cada vez que veía a algún gusano descansando demasiado, se acercaba y le decía con voz amable:

    —No esperes al mañana, pequeño. Hoy es el mejor día para empezar a trabajar.

    ––––––––

    🌱 Moraleja

    ––––––––

    > El que duerme en la pereza deja pasar el sol de su oportunidad.

    El que trabaja, aunque se canse, cosecha los frutos de su esfuerzo.

    El ocio y la pereza no dejan fruto ni beneficio.

    El Gallito Desobediente

    En una granja soleada, donde los árboles formaban sombras redondas sobre el pasto y las flores parecían saludar al viento, vivía una familia de gallinas y gallos alegres.

    Entre todos los pollitos del corral había uno que destacaba, no por su tamaño, ni por su canto, sino por su curiosidad y su manía de no hacer caso: Tomás, el más pequeño de todos.

    ––––––––

    Desde que amanecía, Tomás se levantaba antes que los demás y salía corriendo detrás de las mariposas. Le gustaba oír el murmullo del viento, meter las patitas en los charcos y picotear granos que no eran suyos. Su madre, Doña Clota, lo quería con el alma, pero no dejaba de preocuparse por él.

    ––––––––

    —Tomás, mi amor, no vayas tan lejos —le decía cada mañana—. Más allá del corral hay lugares peligrosos.

    —Ay, mamá, siempre dices lo mismo —respondía él moviendo sus pequeñas alas—. Yo solo quiero mirar un poquito.

    ––––––––

    Don Rufo, su padre, era un gallo grande y fuerte que dominaba el amanecer con su canto. Solía mirar a Tomás con mezcla de ternura y preocupación.

    —Hijo, quien no obedece aprende con lágrimas —le decía—. El mundo no siempre es amable con los que no escuchan.

    Pero el gallito se reía.

    —Papá, no exageres. Yo soy rápido y valiente. ¡Nada malo puede pasarme!

    ––––––––

    Un día de primavera, el sol brillaba con fuerza y el campo olía a flores recién abiertas. Todos los animales estaban

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