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Pequeña Laura
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Libro electrónico391 páginas5 horas

Pequeña Laura

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Un poderoso e íntimo libro de memorias, mezclado con mareas que te inspirarán y a la vez te dejarán sin aliento.
Cuando era niña, la historia de Pequeña Laura se reduce en Honduras, donde nació y creció en uno de los barrios más pobres y peligrosos en 1987. Mientras compartía cama con sus hermanos varones, era criada por su trabajadora madre, quien la educó con su ejemplo para que fuera una mujer de fe.
Narrado con simplicidad, algo de humor y gran franqueza, “Pequeña Laura” nos ofrece un relato vivido e íntimo que nos traslada tanto al barrio olvidado como al café francés de Europa, lugares donde plasma momentos de profunda tristeza y otros de gran resistencia, hasta adentrarnos en su alma, que anhela libertad.
Cada marea expone de manera abierta, detallada y sensible: la lucha de una niña que emprende una búsqueda por encontrar su propio lugar en este universo. Pero el mundo de la pequeña Laura se ve afectado por muchas situaciones traumáticas que la llevan a enfrentar lo desconocido. Su guerra contra voces, verdugos, fantasmas y demonios, como ella los llama, la van sumergiendo en un océano oscuro, frío y abrumador. En la catarsis más grande de su vida, toma la decisión más valiente e inesperada para todos, incluso para ella misma: decide morir.
Este relato honesto y valiente nos planteará muchos desafíos sobre, ¿Quiénes somos en realidad? ¿Cómo volver a creer en Dios después de estar tan lejos? ¿Cómo ver días de sol en momentos de total oscuridad? ¿Qué hacer para sanar y obtener libertad de los traumas? ¿Quién queremos llegar a ser? ¿Cómo confiar en nosotros mismos sin auto sabotearnos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2023
ISBN9798886853407
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    Pequeña Laura - Laura Quintero

    Capítulo 1

    La marea llamada: Huellas en mi memoria

    Antes de nacer, ya existía, porque yo tuve que sobrevivir al ácido de la vagina, pasar el cuello del útero, engañar a los glóbulos blancos que atacan a cualquier invasor del cuerpo, remontar el sendero peligroso y angosto de las trompas de Falopio y al final, llegar al óvulo después de competir contra 240 millones de hermanitos más. Yo fui la primera que pudo entrar para así llegar a ser un nuevo ser humano dentro de mamá. Solo pensar en eso me mantiene extasiada, porque después de todo el proceso de desarrollo estaba completa, finalmente.

    Con una inteligencia claramente desarrollada y propia, le envié señales a mi mamá desde adentro. Le hice sentir que después de todo el recorrido ya estaba lista para salir, y poder formar parte de este universo y compartir una vida, después de la vida que ya tenía antes. Porque no me convertí en un ser vivo al nacer, yo ya tenía vida, yo ya había ganado, y después vine a descubrir una nueva forma de vivir.

    ¿Alguna vez has imaginado como sería nacer en los años 80? Ahora es fácil saberlo gracias al internet. Pero déjame contarte que había jeans acampanados, también peinados elevados, el labial extra rojo, la música grabada en los discos negros gigantes, la extinción de los casetes. La aparición de los B- Boys, Vico C, Jaci Velázquez, entre otros, el agotamiento del diskette para guardar los archivos en esas computadoras que ahora yo llamo dinosaurios. Había que leer las noticias de los famosos, impresas en revistas, cada semana. Esas horas en los cibercafé, para chatear en enormes salas públicas repletas de amores tóxicos y distantes; Yahoo! Messenger, Hi-5, MSN, que son los que recuerdo de ese momento, con un nivel muy bajo de telefonía alcanzable por lo menos para mi nivel económico. A pesar de todo eso, disfruté en esos años escribiendo cartas con mi propia letra, y recibirlas era aún mejor, aunque guardé esas cartas por más de cinco años, ahora lamento no haber conservado alguna.

    La diversión más plena que experimenté fue cuando descubrí una vieja casetera con opción para grabar audio, la cual fue un éxtasis para mí. También recuerdo los fotógrafos ambulantes que cobraban por tomarte una foto que sería revelada un par de semanas más tarde, y cuando la recibías te dabas cuentas de que habías cerrado los ojos, pero ni modo, ya estaba en tus manos, no había manera de editarla o reimprimirla en el momento, a menos que te tomaras otra, la pagaras, y esperaras otro mes para ver como salía. Recordé de esos días, todas las maneras de descubrir quién te gustaba o a quien le gustabas, todo a través de la chismografía escrita, ¿te acuerdas? ¿Lo puedes imaginar?

    ¡Perdóname, yo viví en un barrio tan desconocido que ahí el apartado postal nunca ha existido! Había que ingeniárselas de alguna manera.

    Todo suena un poco alucinante e incluso ya has escuchado de eso, ¿verdad?

    Yo nací en 1987 y pude experimentar un poco nada más de esa época tan peculiar, aunque para llegar hasta ahí, tuve que atravesar muchos lugares extraños, misteriosos, silenciosos y secretos, de los que estoy segura de que quiero contarte y de los cuales quiero que te enteres.

    Después de tres embarazos en los que mi mamá dio a luz solo varones, nací yo. Sí, la tan esperada, o al menos eso me gusta creer; la niña de la familia. A mí no me gusta el color rosa, precisamente porque después de criar a tres varones mi mamá simplificó los colores en torno a lo que ellos usaban. Mamá tenía 32 años cuando me dio a luz, y realmente quiero que pienses en ella como una mujer guapa, que usaba tacones y trajes de tela con minifaldas, medias de pierna completa, y sostenes de esos que usaba Rose en el Titanic. Al menos así la miraba yo, sobre todo por su piel blanca, sus ojos verdes y su cabello ondulado.

    En ese entonces mi padre estaba totalmente emocionado con la idea de cómo sería tener una hija de esta hermosa mujer, pero para su sorpresa, yo nací con todos los genes de mi papá: con la piel de color canela, cabello lacio y oscuro, ojos de color café, con el lunar de los Quintero raleado en diferentes puntos del rostro y cuerpo. Cuando él fue a conocerme al hospital, mi mamá me contó que estaba supernervioso, su corazón latía aceleradamente, la miraba por la ventana del cuarto, no sabía cómo mantener la calma, hasta que finalmente, le dieron el acceso y muy rápido, entró al cuarto. Se acercó a la cama donde yo estaba en el regazo de mi mamá, cuando me vio por primera vez, tan pequeñita, vulnerable, tan frágil y como era un nuevo ser en esta tierra; ¡Era un esperma ganador! ¡¿Qué podría salir mal?!

    El día en que el primer hombre me vio con sus ojos, imagino que mi pequeño corazoncito latía mucho, tal vez estaba dormida, o haciéndome la dormida, para grabar en mis primeras memorias este día histórico, así que cuando mi padre me vio y me sostuvo en sus brazos, miró a mi mamá con preocupación, y con un tono más agudo de lo que podía expresar, dijo:

    —¡Esta niña te la cambiaron!

    Mi padre me rechazó. Yo no lo entendía. Después de todo lo que vencí para llegar hasta ahí, y en una simple mirada saber que nunca sería, ni me parecería nunca a su hija ideal, fue como si nunca me diera la oportunidad de conocernos y de quizás amarlo a través de mi sonrisa. Me rechazó por no llenar sus expectativas físicas, me rechazó por no tener el color de piel de mi mamá, me rechazó por no tener ojos verdes, me rechazó por no haber nacido con el físico que esperaba de mí.

    Todos esos sentimientos se adhirieron rápidamente a mi corazón y a mi alma, ese lugar donde los humanos acumulan sentimientos saludables o tóxicos al mismo tiempo. En mi caso puedo decir que fueron tóxicos, porque generé un mecanismo de defensa innato de rechazo hacia él, y nunca permití que se acercara a mí. Mi mamá dice, que cuando él quería acercárseme, yo lloraba mucho. Cuando estaba dormida me acariciaba, y ponía dinero bajo mi almohada, pero eso no fue suficiente para ignorar el rechazo de mí hacia él y así siguió por los primeros años de mi vida.

    Después de mi nacimiento, mamá empezó a ir al Salón del Reino de los Testigos de Jehová: su mentora se llamaba Laura y por eso decidió llamarme así. Mi papá escogió mi segundo nombre porque miraba una novela y le gustaba la actriz principal que se llamaba Yessenia. El rechazo de mi papá comenzó a disiparse en el momento en que varios de sus amigos me conocieron, se alegraron de verme, y en broma le decían a mi papá; oye, está igualita a tu mamá. Esa sencilla frase lo hizo cambiar porque su mamá (mi abuela) ya estaba muy anciana y enferma, entonces le hacían comentarios como; Quintero, se va a ir doña Tina, pero va a quedar otra, así que ahí estaba la pequeña Laura Yessenia Quintero Morales, una página, no tan en blanco en este universo.

    Mi abuelita murió luego de un tiempo. Yo no la recuerdo para nada, pero mi mamá dice que un día, después de su muerte, mi papá despertó asustado, porque tuvo un sueño con mi abuela donde ella le decía: Regálame a Laurita, yo la quiero, me la quiero traer conmigo. Entonces, mi papá luchaba con ella y le decía; No mamá, la niña no te la puedo dar, mejor lléveme a mí.

    Cuando yo ya tenía 4 años, un día muy raro, recuerdo que mi papá jugó conmigo, y yo por fin me pude acercar a él. De hecho, estoy a punto de compartirte uno de los tesoros más increíbles que por alguna razón se ha quedado en mis memorias a través de tantos años.

    Según el psicólogo experimental Endel Tulvin, la accesibilidad hace referencia a la facilidad con la que un recuerdo almacenado puede recuperarse en un momento determinado, mientras que la disponibilidad alude a la presencia o no de un trazo en el almacén de la memoria.

    Recuerdo ese día como si fuera ayer, mi papá me sonreía mucho, y yo lo disfrutaba. Sujetaba el vestido de una muñeca Barbie en mi mano. Necesito que sepas que la casa donde yo vivía en esa época era de madera, con piso de tierra, y todo se lavaba en un barril de agua o una pila de cemento. Así pues, recuerdo que mi papá me cargó en sus brazos, me puso encima del lavador junto a esa pila de agua y me dejó que lo mojara. Con ese vestidito de muñeca enjabonado, empecé a recorrer su rostro, a ver los ojos que había visto cuatro años antes en el cuarto de hospital. Lo escuché, lo vi sonreír tanto que memoricé su expresión, por la cual aún suspiro recordándole. Lo acariciaba indirectamente, con el vestidito, él se quitaba el jabón y yo se lo volvía a poner; en su cara, en sus brazos, en su pecho, en repetidas ocasiones ese mismo día y las veces suficientes como para quedarse tan vivas en mi alma. Aquello fue lo más paternal que tuve con él, ese fue nuestro único momento; el único recuerdo, la única vez que estuvimos tan cerca. Dentro de mí solo repetía constantemente: ¿Me aceptas, papá? ¡Al día siguiente yo estaba dispuesta a preguntárselo, lo iba a hacer, solo esperaría al amanecer!

    Al día siguiente mi papá murió; resulta que tenía una amante, quien tenía marido, y estando en su trabajo, ese hombre sacó una pistola y le disparó. Mi papá falleció casi al instante.

    Yo recuerdo que estaba ahí parada, solo tenía cuatro años, no entendía lo que pasaba, mi casa estaba llena de gente llorando, gritando, unos se desmayaban y era muy confuso para mí; no sabía qué sucedía, ni siquiera podía comprender el término morir o muerte pero alguien se encargó de decirme:

    —Laura, tu papá murió.

    Esas fueron las palabras más secas y desconcertantes que pude recibir. Porque, ¿cómo el hombre que me cargó, me sonrío, me dejó bañarlo, y tal vez me aceptó, de un día para otro, ya no estaba aquí? Así de pronto, eso no tenía sentido para mí. Después de verlo dentro de una caja, se lo llevaron de casa en un carro muy largo. Lo enterraron en un hoyo profundo, en un predio empedrado y terroso, llamado cementerio, un lugar muy raro para una niña de cuatro años. Jamás volví a verlo, jamás volví a escucharlo reír, jamás volvió a llegar a casa alegre por el alcohol, regalando su dinero. Jamás volví a verlo maltratar a mamá, jamás volví a verlo pegarles a mis hermanos, jamás volví a sentir sus brazos sosteniéndome. Sin embargo, ese jamás, sigue aquí conmigo en este momento mientras escribo.

    Entonces me convertí en una niña huérfana de padre. Ese fantasma se mudó a mi alma oficialmente. El cual siempre me recordaba que estaba sola, que era la niña sin papá, que siempre agachara la cabeza cuando otros hablaban de sus padres, porque el mío no existía, era la niña que nunca tenía a quien entregarle tarjetas del día del padre. Ese fantasma, que en realidad eran pensamientos muy fuertes y emociones muy crueles y ásperas, me torturaban demasiado. En mí se creó una inseguridad y desprotección de una forma muy desconcertante. Las ideas feas en mi cabecita producían cada día muchos sentimientos de inferioridad, miedo, duda, culpa y rechazo. Sentía como si vagara por calles solas y oscuras con una sola parte de mi ser por ese mundo, siempre incompleta, necesitada de aceptación. A esto le sumamos que los recuerdos que yo tenía de la zona donde vivíamos juntos debían esfumarse, porque en ese lugar construirían un área comercial. Todas las familias fuimos desalojadas. Perdimos al hombre de la casa y también la casa. Debido a esto nos mudamos a la colonia Lomas del Carmen, en San Pedro Sula, Cortes, Honduras. Todo paso muy rápido, ¿cierto?

    A mis cuatro años comenzó mi primer viaje en esta tan grande y fuerte marea, que destruyó la mitad de mi pequeño ser. Yo seguía sin entender y sufría cada día por no tenerlo, empecé a luchar con sentimientos fuertes para un cuerpo tan pequeño, en ese momento me comenzaba a preguntar si había un Dios, porque de haberlo, ¡yo quería preguntarle por qué me había quitado a mi papá! ¡¿Por qué te llevaste a mi papá?! ¡Yo lo necesitaba! ¡Mi alma gritaba en silencio! ¡¿Sabes lo que es eso?! ¡Gritar desde adentro tan fuerte, pero que nadie sea capaz de escuchar! ¡Viví eso muchos años! Mi universo interno diariamente gritaba: ¡Necesito un padre! ¡No quiero ser huérfana! ¡Por favor! ¡Soy solo una niña!

    Comencé a navegar en una soledad profunda, idealizando a los hombres que me rodeaban, considerando la idea de cómo sería tenerlos como mis padres. Tenía locas ideas de casar a mi mamá con alguien solo para poder llenar ese vacío. Mamá por supuesto se dedicó por completo a mí y a mis hermanos, no había lugar en ella para otro hombre. Por mucho que yo lo deseara, ella no se casaría de nuevo.

    Todo lo conocido comenzó a cambiar, principalmente la estabilidad económica que papá brindaba a mi casa. Aunque él era alcohólico, abusivo e infiel, siempre fue responsable en su negocio en donde vendía verduras en el mercado. Por eso la comida de nosotros era una prioridad. Afirma mamá que la casa de madera de dos niveles que nos mandó a hacer era su patrimonio, lo hacía sentir orgulloso y hasta superior. En la parte de atrás de la yarda, sembraba vegetales con mis hermanos y jugaba con sus perros. Él era don Quintero, y se debía respetar, tanto que cuando sus negocios iban bien, invitaba a todos a tomar y siempre daba propinas de más. Mi mamá le tenía miedo, incluso llegaba a temblar cuando lo oía llegar. Pues uno de esos días, arribó a casa bastante mal por el alcohol; estaba enojado y gritaba. Cuando lo escuchamos subiendo por las escaleras, mi mamá se puso tan nerviosa y asustada porque ya sabía que él la iba a maltratar; lo cual acostumbraba a hacer después de tomar. Entonces ella nos cargó uno por uno y nos lanzó por la ventana del segundo nivel de la casa. Nos dijo que corriéramos porque papá estaba muy tomado. Entonces caímos en aquel suelo de tierra, nuestras rodillas y pies se lastimaron, pero el miedo era más grande que el dolor. Nos escondimos y escuchamos disparos de su arma, pero, aun así, nos quedamos escondidos por horas, hasta que mamá lo controló. Después nos fue a buscar, nos llevó al cuarto, nos bañó, y nos dio de comer. Entre balbuceos, se oyó la voz de don Quintero léeles la biblia a los niños antes de dormir Mi mamá le obedeció, mientras nos íbamos quedando dormidos, escuchábamos a mamá llorar.

    A pesar de todo eso, económicamente nos iba bien, no nos faltaba nada, éramos los hijos más pequeños de Quintero, no sé si era un honor, pero así nos lo trasmitían todos. Al morir papá, comenzó la necesidad, tuvimos que dejar nuestra cómoda y grande casa, la tierra que sembrábamos. Los puestos del mercado pasaron a manos de mis hermanos mayores; ellos acordaron ayudarle un poco a mamá. La carga empezó a ser muy pesada, para mi mamá, quien cuidaba no solo a mí y a mis tres hermanos, sino también a sus sobrinos, porque su hermana mayor, Tina, había muerto unos años atrás y ella quedó básicamente con la tutoría de mis seis primos. Las ojeras por la noche en vela se le empezaron a notar, más cuando empezamos a crecer y demandarle, no había otra manera de salir adelante, así que, al mudarnos, consiguió un trabajo, mis hermanos iban a la escuela y a mí me dejaba en la guardería. A mí me gustaba porque jugaba con más niños de mi edad, nos enseñaban canciones, números y letras. Las señoras que nos cuidaban se vestían con vestidos negros largos con un centro blanco y un sombrero bien raro en la cabeza, pero me trataban muy bien, y me daban comida muy rica. Entre actividades, un día particular, llegó la hora de irnos a casa, y todos los niños hacíamos línea en el porche hasta que llegaran por nosotros. Poco a poco los niños se iban, empezaba a bajar el sol y mi mamá no llegaba. Recuerdo que llegó mi prima por sus dos niños y yo pensé que me iría con ella, pero no, yo la vi y ella a mí. Recuerdo que le dijo a la encargada que no le habían dicho nada sobre recogerme y que solo se iba a llevar sus dos niños. Pasaron las horas hasta que se hizo de noche y se fueron todos de la guardería. Yo me quedé sentada en la acera con una de las cuidadoras. Cuando ya era muy tarde, ella me tomó de la mano, cerró el portón de la guardería para llevarme con ella. Nos fuimos en un taxi a su casa, que era solamente un cuarto muy pequeño con baño y una cama personal, bastante oscuro a mi parecer. Ella me bañó, me dio de comer y fuimos a la iglesia caminando. Fueron solo veinte pasos porque vivía en el mismo predio. Nos sentamos juntas en la primera fila. Ahí fue la primera vez que estuve en una iglesia. No recuerdo que es lo que hablaban ahí, solo sé que tuve un ángel a mi lado para cuidarme durante toda la noche.

    A la mañana siguiente y muy temprano nos levantamos para regresar a la guardería y realicé que mi mamá me había dejado olvidada. ¡Tenía sus razones para hacerlo!, concluí en mi cabecita. Ya en la tarde mi mamá llegó y fue a la oficina a hablar con la monja que me había cuidado. Ahora sé que ella la regañó por ser una mala madre, descuidada, irresponsable, hasta egoísta ¿Cómo podía haberse olvidado de una niña tan linda? La monja le dijo que, si no me quería, ella me adoptaba en ese instante ¡Que yo era un regalo y no entendía como fue capaz de dejarme pasar la noche en un lugar desconocido! Mamá trató de explicarle que tuvo que salir y que me había encargado con alguien más y que a esa persona se le había olvidado ir por mí, pero mamá le aclaró que yo era suya, le dijo que me amaba. Le dijo que no estaba interesada en regalarme ni nada parecido, pero también le agradeció haber cuidado de mi con tanto amor y protección.

    Llegando mi primer año escolar, no había lugar para mí en la escuela cercana, así que a los seis años tomaba dos buses yo sola, para llegar a la escuela. Ahí conocí una chica mayor, que cuando se gastaba el dinero de su pasaje, me cargaba en sus piernas y yo pagaba cincuenta centavos de lempira por el lugar de las dos. La escuela me gustó, sentía que sí podía nadar en esas aguas. ¿Por qué no intentarlo? Nueva casa, nueva escuela, por qué no vida nueva, una donde esta parte anterior no sea mencionada o recordada. No siempre tienes la oportunidad de empezar desde cero. Aun así, en los grados 2 y 3, cuando cambié de escuela a la que estaba cerca de mi casa, pude manejarlo, obviamente fingiendo que mi papá no estaba, que se había ido de viaje, que trabajaba mucho, que no podía irme a dejar a la escuela o cualquier idea alocada funcionaba. Me inventé estas historias para protegerme del acoso escolar odioso que se enfrenta en las escuelas. Si alguien me preguntaba por mi papá, mentía sobre que él había muerto. Mentía para protegerme, de las burlas y de las canciones vergonzosas, que me habían cantado algunas veces no tienes papá, y yo sí, eres fea y huérfana, tu papá no puede defenderte porque está muerto. A solas, lloré más lágrimas que las veces que pude sonreír. Unos días funcionaba, otros no tanto.

    En mi graduación de tercer grado me dieron una medalla de honor, fue el mejor año de mi niñez. Me lo dieron por ser una alumna responsable, ejemplar, estudiosa. A partir de ese día estaba decidida a esforzarme más, hacer más mis tareas, a dibujar bien los mapas, a estudiar las tablas, hacer más caligrafía.

    Después de todo yo era huérfana de padre, pero tenía ganas de soñar y volar alto, y ser capaz de tocar las nubes, pensando que también las huérfanas pueden realizar sus sueños, también las huérfanas pueden encontrar un lugar en este universo tan grade, seguramente debía haber un lugar para mí aquí. Yo quería encontrarlo sin importar el costo.

    Después de recibir mi medalla de honor en el tercer grado de primaria, a la cual no llegó ningún familiar a aplaudirme. Pero en lugar de esperar a su llegada, me aplaudí a mí misma en mi corazón y me sonreí. Me fui corriendo a la casa, busqué un oso de peluche sucio y lo lavé. Luego lo puse a secar toda la tarde. La mañana siguiente, lo metí en una bolsa de regalo para dárselo a mi maestra la señora Cinthia. ¿No te ha pasado que cuando estás feliz quieres que la otra persona lo sepa? Así me sentía, agradecida con mi maestra por haberme destacado del resto, porque las maestras plantan semillas que nunca dejan de crecer. ¡Me gustaba la idea de que ella viera algo en mí que otros no veían, eso hacía que mi pequeña alma revoloteara! Cuando le di el peluche ella me abrazó y lo puso en su escritorio. Entonces me sentí maravillada de mi vida. Quise olvidar que era huérfana, estaba decidida a vivir.

    Pero algunos recuerdos permanecen como huellas en la memoria.

    La curva del olvido descrita por Ebbinghaus muestra un descenso logarítmico de la retención en la memoria en función del tiempo transcurrido conocido como decaimiento de la huella. Es decir, a medida que pasa el tiempo recordamos menos la información, pero si la información consigue pasar a la memoria a largo plazo pasa a ser permanente.

    Quiero decirte que existe un propósito para ti

    ¡Sé que nos han vendido mal esta idea, porque la verdad es que no tenemos un propósito en la vida!

    ¡Yo pienso que tenemos múltiples! ¡Muchos! ¡Demasiados!

    Y no significa que por no cumplir uno, seamos inservibles o seres humanos fracasados, ¡claro que no! ¡De ninguna manera! Si has pensado así, te sugiero que no lo hagas nunca más, porque te causará mucho dolor.

    Quiero que estas letras refresquen tu mente y te espanten las nubes grises que por años te han orillado a vivir en una frontera sin saber de dónde eres y hacia dónde vas verdaderamente, porque lo cierto es que, venimos de la vida y vamos camino hacia la muerte, ahí está tu principio y tu fin por si se te había olvidado... pero, lo más relevante es el recorrido que está entre: de y hasta.

    Entonces quítate de la cabeza la idea de que no sabes qué hacer con tu vida, porque ya estás haciendo algo. Desde que naciste has cumplido tus propósitos; desde hablar, caminar, jugar, hacer deportes, comer, ¡crecer!, madurar, trabajar, enamorarte, casarte, tener hijos, influir en otros, dar, sanar, enseñar, ¡reír!, amar, llorar, abrazar, perdonar, bailar, sembrar, crear, limpiar, cocinar, negociar, salvar, aconsejar, animar, estudiar, hacer justicia, apagar incendios, dar esperanza, escuchar, escribir y hasta dibujar.

    ¡Entonces te pido que me hagas un gran favor y que te valores más!

    Aprende a mirarte con un poco más de respeto a ti mismo. Tú eres un ser extraordinario en todos tus roles y lo más importante es que puedes mejorarte cada día, si no te gusta lo que ves en ti: ¡Cambia! Si fallaste en algún propósito no te quedes ahí tirado. ¡Levántate! Niégate a darle poder al fracaso. No lo permitas. Sacúdete y continúa con el resto de los propósitos que te quedan por vivir.

    ¡Y si quieres saber cuál es el máximo propósito de tu vida, es el de ganar la guerra contra ti mismo!

    (La sordera de Beethoven superó más del cincuenta por ciento de daño. Aun así, nos dejó las composiciones musicales artísticas más hermosas que el mundo ha conocido).

    Porque los límites solo están en la mente.

    ¿Cuál será tu excusa?

    Renace a tus propósitos, y el propósito de estás letras es alentarte a continuar aun cuando no cuentas con la aprobación de todo el mundo.

    Finalmente, para mi papá

    Papá, cuando pienso en ti, aún mi aliento percibe sabor a un cóctel de frutas mezcladas con dulces, siento que respiro un aire fresco bañado con fragancias de flores de todos los colores.

    Pienso así, porque nunca te tuve a mi lado, quise regalarte tarjetas cada año y abrazarte en cada escenario que he cruzado.

    Es increíble como el tiempo diseco este amor y lo mantuvo tan frágil, prefiero tenerte colgado en las paredes de mi alma, para poder verte en días como este.

    Papá te he añorado tanto, y la verdad, aunque no haya sido lo que deseabas pudimos amarnos hasta el final, pero tu muerte nos sorprendió, nos privó de libertad y perdón ahora vivimos en mundos diferentes, ¿cómo volver a tenerte?

    Mantendré este espacio en mi alma con tu nombre, un vacío con esperanza de volver a encontrar la mirada que me enamoro ese día cuando te vi por primera vez en aquel gastado cuarto de hospital... papá, cuatro letras que me han perseguido por años hasta marcar en mi historia un sueño no alcanzado, pero siempre amado... gracias por los cuatro años que estuviste a mi lado y por esos fugaces recuerdos dispersos en las memorias de mi desierto, llamado: Papá.

    Las fuertes olas de mi alma siempre encontrarán la manera de llevarme a ti, a ese día donde me sonreíste con amor, como si yo realmente fuera La Niña de tus ojos, como si no existiera un lugar más asegurado que tus brazos.

    No puedo mentir, no te tuve lo suficiente para decir te extraño, pero debo admitir que te he necesitado y demasiado, una mirada, un regaño, un abrazo. Tu existir en mi historia lo he anhelado por años.

    ¿Te amaré por siempre, papá?

    Sigo amándote aún sin tenerte... y sin saber en verdad lo que se siente.

    Entonces creo que ese día que mi papá y yo estuvimos juntos, nos conectamos para despedirnos, me aceptó, cuando ya tenía que irse.

    Capítulo 2

    La marea llamada: Te los compro...

    Mis años de niñez en términos materiales pueden resumirse en escasez abundante. Yo siempre soñaba despierta, gracias a la fortaleza mental muy grande que tengo. Aunque algunas veces mi actividad de pensamiento me aterra. Si la dejo irse demasiado lejos, es posible que no vuelva. Al abrirte mi corazón a esta segunda marea, prepárate, porque tal vez debas navegar conmigo a través de los recuerdos que saldrán a la superficie, de tu propia alma. Suspiremos juntos, he aprendido, ya que las lágrimas pueden lavar las paredes del alma, entonces déjalas que ellas cumplan su función asignada en la vida.

    Fueron mis días de necesidad los que me enseñaron a soñar, fue la escasez que experimenté la que obligó a mi mente a crear desde mi interior un nuevo mundo solo para mí. Fue la soledad, la tristeza y la ansiedad, y también: los días tirada llorando en aquel piso de cemento, los que hicieron que tomara mis pinceles internos para darle un nuevo color a mis momentos.

    Atravesar por la huerfandad fue una etapa dura en donde tenía muchas preguntas sin respuestas, pero mis siguientes días fueron como estar en una pequeña barca yendo mar adentro sin ninguna coordenada concreta. Me sentía como una vikinga y polinesia novata. ¿Cómo podría tener experiencia como navegante una niña tan pequeña como yo?

    Mamá siempre fue una mezcla de admiración para mí. Recuerdo que un buen día ella llegó a casa con unos pedazos de tela color vino con lunares blancos; hija te voy a hacer un vestido, me dijo, muy alegre. Sacó su cinta métrica y mientras escribía mis medidas en su libreta, me contó como amaba el corte y confección, de cómo era su vida en los pocos días que disfrutó en la academia de costura; aprendí lo necesario para poder hacer faldas, vestidos y camisas, me decía, pero yo no tengo una buena máquina, la mía enreda los hilos y a veces los remates son tan fuertes que arrugan la tela hasta romperla, espero que eso no me pase con esta tela porque es como de ceda... ojalá la aguja pueda con ella. Balbuceaba, mientras tenía la cinta de medir alrededor de su cuello, y se ajustaba sus lentes gruesos.

    Durante una semana trabajó en aquella máquina y como siempre esos hilos se enredaban y la luz de la máquina casi no le alumbraba. El fotógrafo ambulante solo llega el domingo, me dijo. Y domingo es mañana. Tengo que terminar este vestido y te lo vas a poner como me salga. Mi cabecita creativa comenzó a soñar despierta otra vez, mandándome imágenes de un hermoso lugar; cuatro paredes, dos de color azul cielo y dos rosadas con una carpeta de flores que cubría todo el piso, cuadros en blanco y negro con modas especiales en las paredes, máquinas nuevas y modernas para costura, aquellas ideas geniales comenzaban en mi cabeza a bailar; había camisas brillantes y vestidos con encajes, trajes de ceda, y también delantales para cocinar. Era hermoso poder hacer todo esto para ver feliz a mi mamá, que, aunque ella nunca cumplió su sueño, sus ojos

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