Catina supo que su vida estaba a punto de dar un giro cuando escuchó una especie de disparo en el departamento vecino. Apretó los ojos y se dejó invadir por el pánico. Su paz, la paz que tanto esfuerzo le había costado conseguir y que necesitaba para reflotar su carrera, acababa de romperse en mil pedazos. Todo iba mal. El plazo para entregar el encargo que le había hecho una de las casas de moda más importantes del país estaba por vencerse; y nada de lo que ella había hecho podía considerarse ni siquiera regular.
Hacía meses que no cumplía con su aporte a la economía común y ya no tenía dinero ni para tomar un café con una amiga (si es que alguien se acordaba de ella y la llamaba para encontrarse por un rato, pues la verdad es que hacía mucho que Catina no recibía una invitación de nadie, ni de su mejor amiga, que parecía haberse esfumado). Y, para colmo, las cosas con Iván no estaban nada bien. No habían tenido una gran pelea ni había ocurrido algo que pudiera calificarse de catastrófico, pero ya no era lo mismo. Por suerte, no había una tercera persona entre ellos… ¿o sí? Todas estas cosas pugnaban en su cabeza cuando algo como un cohete sonó ahí mismo, del otro lado de la pared. Y Catina intuyó que ya nada volvería a ser como antes.
En aquella época, Iván y Catina trabajaban en el departamento donde habían estado residiendo durante los cinco años que tenían viviendo juntos. Iván era ingeniero en computación y no le hacía ninguna gracia trabajar en su casa. Si estaba confinado a aquel rincón, donde había improvisado una minúscula oficina, incómoda y sin ventana, era porque la empresa donde trabajaba había crecido tanto que debieron buscar una sede mucho más grande. Pero el trabajo no podía detenerse,