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AL HABER CRECIDO EN INDIA, pasé muchos veranos visitando a mis abuelos en Calcuta; cada tarde, mi abuela se acomodaba en un tapete mirando hacia el salón de veneración de la familia, donde los ídolos de piedra de las deidades hindúes se encontraban en pequeños tronos de madera. Ella permanecía sentada por media hora, con los ojos cerrados y haciendo rodar con los dedos las cuentas de oración, susurrando cantos con el nombre de Krishna.
Un conjunto creciente de evidencia científica sugiere que se beneficiaba de aquello de múltiples formas. La práctica era probablemente un enfoque eficaz mediante el cual manejaba el estrés; también es posible que le haya ayudado a reducir el deterioro cognitivo relacionado con el envejecimiento, una posible explicación de que su agudeza mental se mantuviera hasta el final de su vida. También es probable que haya mejorado su capacidad de lidiar con el dolor.