Hay personas que llevan el emprendimiento en la sangre. “Desde pequeño, siempre me gustó emprender. Organizaba viajes a esquiar, arreglaba bicicletas para venderlas… Era una forma de ganarme la vida y permitirme mis hobbies. Me gustaba y se me daba bien”, relata Gonzalo Calvo, fundador de Saona.
Sin embargo, no se lanzó a emprender inmediatamente. Sus primeros pasos en el mundo laboral fueron en el sector financiero, llegando a ser director regional de una entidad bancaria. “Vivía en Valencia y me trasladaron a Barcelona, porque la dirección regional estaba allí. Pero mi familia seguía en Valencia y me costaba irme y dejarlos toda la semana. Además, quería emprender, hacer algo propio… y no tener un jefe”, explica.
Se decidió a poner en marcha una oficina inmobiliaria, simultaneando durante un tiempo el trabajo en el banco con su nuevo negocio, hasta que éste empezó a coger vuelo y se despidió. “Empezó muy bien. Funcionó durante 15 años y llegamos a tener 45 oficinas, convirtiéndonos en referente en la Comunidad Valenciana, pero llegó la crisis. Poco a poco, nos fue