La interlocutora del ensayo Una habitación propia (1929), de la célebre Virginia Woolf, explora su historial de personajes reales e inventados, consciente de que «no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi inteligencia» [mi traducción, al igual que las restantes]. Ocasionalmente, se hace eco de las formas en que sus colegas han pensado o piensan, hasta concluir que «una ha de tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción».
Noventa y cinco años después de haber sido editada, nos sigue emocionando por su rebeldía, un inconformismo que avanza entre las letraheridas que rescata, mientras lidia con preguntas que siguen sin tener respuesta. Pero «no es necesario apresurarse», apostilló en su día