EN la que parece la mañana más calurosa en medio del agosto más caluroso de la historia, Vivek Ramaswamy se sienta tranquilamente en un lujoso sofá de cuero en su colectivo de campaña, mordisqueando una manzana y rebosante de confianza en sí mismo. Treinta y seis horas antes, el neófito político de 38 años fue la estrella revelación en el primer debate presidencial republicano de la temporada de primarias 2024. “Mi instinto me dice que voy a ser el candidato, que voy a ganar las elecciones generales de manera aplastante”, dice, antes de plantear por qué: “Estoy más cerca del Trump de 2015 que el mismo Trump está hoy del Trump en 2015. Solo sos el outsider una vez”.
Es una de las cosas más veraces que suele decir. Hace ocho años, Donald Trump puso patas arriba a todos los supuestos políticos estadounidenses. Se postuló para presidente como un hombre de negocios sin ninguna experiencia política, sin ninguna plataforma realista ni repercusiones de escándalos que habrían dejado boquiabiertos a casi todos los políticos. En cambio, era la injusticia personificada, lo que, combinado con unos extraños instintos en mensajes clave, le permitió hacer una estrategia interna y conseguir su pasaje a la Casa Blanca.
Eso es lo que hace importante la campaña de Ramaswamy. Resulta que Trump no fue una aberración (como subraya su gigantesca no campaña) sino más bien un modelo. El candidato más popular en el campo republicano no es el gobernador de Florida, el senador de Carolina del Sur ni el ex vicepresidente. Es otro magnate (Ramaswamy alcanzó la categoría de multimillonario a principios de este año) con predilección por éxitos televisivos y declaraciones a menudo inexactas, a veces escandalosas y altamente calibradas que las alimentan.
Mientras los expertos políticos intentan analizar el ascenso de Ramaswamy a través de la lente de Washington, las respuestas son evidentes para cualquiera que haya seguido su carrera empresarial. “Este será el mayor retorno