Es una de las numerosas cuevas kársticas que se encuentran dispersas a lo largo del desierto de Judea. Como en aquellas emplazadas en Qumrán que trajeron a la luz los manuscritos del Mar Muerto, también la gruta de Te’omim alberga vestigios históricos sorprendentes. A lo largo de los siglos, sus recodos y antros cavernosos sirvieron de cantera, refugio y lugar de culto. Una vez cruzado el umbral de su boca, las estalactitas y estalagmitas de formas caprichosas crean la ilusión de un espacio arquitectónico, de un enorme palacio subterráneo que los fuertes desniveles del terreno, los pozos y los pasadizos convierten en un lugar idóneo para protegerse de las miradas de la sociedad organizada. Su nombre completo es Mŭghâret Umm et Tûeimîn, que significa «cueva de la madre de los gemelos». Tal denominación remite a una leyenda local que afirma que una mujer, incapaz de tener hijos, consiguió quedarse embarazada y dar a luz a gemelos después de haber bebido el agua que goteaba del techo de la cueva. En la tradición local, la caverna se utilizó como lugar de sanación y se atribuyeron propiedades curativas a las aguas del manantial que discurrían en su interior.
Desde 2009, la investigación conjunta que llevan a cabo la Universidad de Bar-Ilan y la Hebrew University de Jerusalén, mezcla de misión de espeleología y excavación arqueológica, ha logrado mapear la cueva y proceder sistemáticamente en una exploración que ha proporcionado hallazgos sorprendentes.
Entre ellos, los restos de por dos de los responsables de la investigación, Eitan Klein y Boaz Zissu, aclara algunas cuestiones y abre nuevas incógnitas.