◼ SWITCH ◼ NINTENDO ◼ PLATAFORMAS ◼ 20 DE OCTUBRE
Desde su nacimiento a principios de los 80, Mario ha vivido la vida al máximo, de una manera que ninguno otro personaje de videojuego podrá llegar a alcanzar. En la picadora que es esta industria del ocio, en constante e inquieta evolución, lo lógico habría sido que este fontanero cuarentón se hubiera visto abocado a colgar la gorra y el mono de trabajo hace tiempo, pero, cuando uno tiene un padre llamado Shigeru Miyamoto y una madre que responde al nombre de Nintendo, es difícil que la criatura se descarríe.
A veces, hay cierta condescendencia con la Gran N y el hecho de que apenas apueste por licencias de nuevo cuño, pero que la compañía siga teniendo en vanguardia sagas que nacieron en los 80 y los 90 no es ningún demérito. Todo lo contrario. Porque hablamos de universos que no han parado de reinventarse en todas estas décadas y que son capaces de seguir cautivando tanto a los adultos que un día fueron niños como a los niños que algún día serán adultos. Mario sigue siendo el mismo bigotudo que desafiaba a Donkey Kong en los salones recreativos, el que nos invitó a unirnos al Mogollón o el que sentó cátedra sobre cómo debían ser las aventuras tridimensionales, pero cada nuevo juego que ha protagonizado ha añadido nuevas cabriolas a una fórmula tan aparentemente simple como la de seguir saltando sin parar.
En ese sentido, si nos acompañó el debut de Wii U en noviembre de 2012, sin protagonizar un juego de plataformas de la vertiente bidimensional que se pueda considerar verdaderamente nuevo (no consideramos como tal ). Y, en ese tiempo, tampoco es que la vertiente tridimensional se haya prodigado mucho: para Wii U, para Switch… y ya.