LA DÉCADA DE LOS OCHENTA, DEL PASADO SI-GLO XX, NO FUE ESPECIALMENTE BUENA PARA LOS MANDATARIOS Y DIRIGENTES PO-LÍTICOS DE TODO EL MUNDO. El 6 de octubre de 1981, durante un acto público en el que asistían miles de personas, fue asesinado el presidente egipcio Anwar el Sadat. Tan solo unos meses antes un joven con problemas mentales –John Warmock Hinkley– había intentado poner fin a la vida del presidente estadounidense Ronald Reagan. Pocas semanas más tarde un turco de veintitrés años, a sueldo de los servicios búlgaros o de la KGB, intentó matar en la plaza de San Pedro al pontífice Juan Pablo II, ante la mirada atónita de una multitud de fieles.
De estos tres sucesos, quizás, uno de los aspectos que más conmovió a la opinión pública fue que el magnicidio del líder egipcio fuese cometido por un miembro de su guardia presidencial. Una situación que, como ahora veremos, volvería a repetirse a miles de kilómetros de allí muy pocos años después.