Tengo ante mí algunas docenas de ejemplares de Esquire desde 1933 hasta nuestros días. Llegaron a mi nombre de manera casi anónima una tarde de la pasada primavera. En cajas numeradas a mano del 1 al 5. Polvorientas y agrietadas. Fue uno de esos regalos inesperados que te alegran el día, y el año. Y una de esas cosas que pasan en esta bendita casa.
Al abrir las cajas impacta el olor a papel y humedad., en un extraño número de septiembre de 1964 dedicado a “la vuelta a la Universidad”. Quizás estos ejemplares amarilleados no hayan salido de su escondite secreto durante décadas. ¡Quién sabe con qué fin fueron guardados allí! Alguien que amaba las revistas se resistió a desprenderse del tesoro hasta que, empujado por el paso de los años, por el deseo de que otros ojos lo disfrutaran o por una repentina mudanza (qué se yo) decidió mandar la colección a la atención del Sr. Director de. Algunos números casi se deshacen en las manos. Han estado enterrados lejos de la luz del sol desde hace décadas y han envejecido a espaldas de la historia. 90 años después del nacimiento de, en un despacho de Chicago en el que tres editores obviaron sus diferencias ideológicas para lanzar un trimestral de moda y estilo para hombres a 50 céntimos de dólar, el mundo también es algo más amarillo y polvoriento. Cuando el primer número visitó el kiosco, Hitler aún no había llegado al poder y Roosevelt llevaba nueve meses de mandato en EEUU, pero ya gateaban algunos de los personajes que estaban destinados a cambiar el rumbo de la cultura occidental y terminarían siendo portada de Clint Eastwood era un niño que aún no jugaba con pistolas; Kim Novak, Michael Caine, Joan Collins, Yoko Ono, Quincy Jones… abrían ese año sus ojos al planeta tierra y en su sangre las células empezaban a metabolizar la materia prima de las mejores canciones, los textos más memorables, las escenas más emocionantes de nuestras vidas.