La pasada primavera, Rachel Valdés (La Habana, 1990) se trajo a Madrid un deslumbrante eco de las piscinas de su infancia. Lo exhibió en la galería La Cometa, en su primera exposición individual en la capital de España. Con un subtítulo explícito (De la instalación a la acuarela), Piscinas reúne veinte piezas de la artista visual cubana en una colección conceptual que llevaba diez años gestándose y se mostraba por vez primera en público. Acuarelas, fotografías, bocetos digitales e incluso una instalación sonora conspiran en esta completa reconstrucción de un paisaje que forma parte de su memoria sentimental más íntima, “el de un centro deportivo de natación que parecía prácticamente abandonado” y que ella frecuentaba en sus primeros de años de vida, en La Habana de finales de los noventa.
La entrevista que están a punto en La Cometa, pero fue aplazada. Por entonces, la artista cubana se es taba separando de su pareja sentimental, el cantautor madrileño Alejandro Sanz. Semanas después, Valdés accedía de nuevo a responder a las preguntas de con una única condición: que su obra reciente y el repaso a su trayectoria artística no se vean eclipsadas por las circunstancias de su vida privada. Así que nos asomamos con ella a esa constelación de piscinas vacías que la llevan de vuelta “al vértigo y la fascinación” de la infancia más temprana. Hoy las recuerda “como enormes agujeros en el suelo”, edificios enterrados, “profundidades geométricas” que, según nos cuenta, se le antojaban “casi infinitas”. Esos “patrones monumentales” se incrustaron en su subconsciente y afloraron años después, como actos de resistencia contra el olvido.