El 4 de marzo de 2001 Fernando Alonso tomaba la salida de su primera carrera de Fórmula 1. El debut del asturiano pasó desapercibido, ya que lo hacía en el modesto equipo Minardi, con muy pocas opciones de puntuar y en un contexto en que recientemente pasaron por equipos similares tanto Marc Gené como Pedro de la Rosa. La primera temporada de Fernando no dejó huella en la categoría y prácticamente nadie imaginaba lo que estaba por venir, lo que sucedería ya en 2003.
Después de un Australia donde Alonso inscribió su nombre en los libros de historia por lo que entonces se consideraba un gran hito, puntuar en Fórmula 1, llegaría la cita de Malasia. Un sorprendente jovencito superaba a rivales como Michael Schumacher, Kimi Raikkonen o Juan Pablo Montoya, que al día siguiente se transformaría en el primer podio de un piloto en español en F1 con permiso del que consiguió Fon de Portago en remoto 1956. La fortuna quiso que este podio coincidiera con un acuerdo que permitió ver esta carrera en abierto por televisión. Alonso se puso en el foco, la prensa especializada estaba entusiasmada con el asturiano y se empezó a hablar de Fórmula 1 en entornos donde no se hacía. ¿Sería tan bueno ese chaval como decían? Y entonces llegó Brasil y su mezcla perfecta de ingredientes. Carrera vespertina, lluvia, un auténtico caos y en la parte final un Fernando más rápido que nadie mostrándose capaz de ganar la cita. Y un fuerte accidente que acabó en podio y que provocó que no se hablara de otra cosa. ¿Tenemos un español capaz de ganar en Fórmula 1? Sin todavía saber cuál sería su cima, la ‘alonsomanía’ se desató. El piloto deleitó al público nacional con una segunda posición en el Gran Premio de España, pero la histeria llegó en Hungría. Alonso se convertía en el piloto más joven en adjudicarse un Gram Premio de Fórmula 1, arropado por algo que unos meses antes parecía ciencia ficción; la llamada marea azul.