Thwaites es un gran poder que ruge, avanza y pelea contra el océano. Un titán enfrentado a Poseidón. Un monstruo de la naturaleza. Un río helado que nace de un interior todavía más helado. Una catedral que quita el aliento, cuyo centro, si allí estuvieras, te parecería infinito...
La prensa anglosajona lo llama el «Glaciar del Juicio Final», y es extraño unir en la misma metáfora un trozo de hielo con el Apocalipsis. Si piensas en el final de finales, te viene a la cabeza el fuego y los meteoros, no un trozo de hielo que serpentea sobre el mar y la tierra.
Llamarlo del «Fin del mundo» es seguramente exagerado, a juicio de los expertos consultados en este reportaje. Pero hablamos de un gigante con pies de hielo posados bajo el nivel del mar, y de ahí su vulnerabilidad y preocupación global.
Es uno de los grandes glaciares de la Antártida en una región donde tenemos un mayor afloramiento de aguas cálidas profundas, en parte por la variabilidad natural, y en parte, posiblemente, por el cambio climático. Tenemos nuevas fuerzas horadándolo. Y Thwaites contiene muchísima agua en su interior. Si un día la soltara, si se quebrara y derrumbara, afectaría al nivel del mar a escala global.
Desemboca en el mar de Amundsen, en el sector occidental de la Antártida, y es el glaciar que más preocupa a la ciencia por su gran tamaño (192 000 km², casi como Gran Bretaña). Una fuerza que lanza al mar gran cantidad de hielo y que «se mueve aproximadamente a 2 km por año, en las zonas más rápidas, una gran velocidad», explica Francisco Navarro, catedrático de Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica de Madrid.
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