Entre la vegetación, Robert Muldoon ha detectado al velociraptor. Se acerca sigilosamente, armado con su rifle. Sin perder de vista su objetivo, se quita el sombrero y prepara el disparo. El dinosaurio parece no sospechar que pronto será víctima de un cerebro superior al suyo; de un primate alzado sobre el resto de criaturas de la tierra. Inesperadamente, a la altura del rostro de Muldoon, emerge de la espesura el hocico de un segundo velociraptor. Le han tendido una emboscada. El guardabosque de Parque Jurásico tan solo alcanza a decir dos palabras, antes de ser devorado: «Chica lista».
A lo largo de la saga Parque Jurásico queda bastante claro que, en un universo donde los dinosaurios han resucitado, es mejor tener a los velociraptores en tu equipo. Pueden abrir puertas, detectar fallos de seguridad en una valla electrificada, cazar en grupos, tender trampas, comunicarse… En palabras de Muldoon, mientras es interrogado por el doctor Alan Grant tras presenciar cómo los raptores almuerzan una vaca, «muestran una inteligencia extraordinaria». Pero ¿hasta qué punto fueron creados con bloques de realidad estos míticos cazadores de ciencia ficción?
En ciencia hay determinados pasajes donde cuelga un precavido cartel que dice «conocimiento en construcción». O, dicho de otra forma, aquí sobrevuelan las hipótesis mientras se debate qué sabemos realmente. Este es el caso que nos ocupa. El objetivo de este artículo no es dar una respuesta a qué es la inteligencia, pero haríamos bien en dar algunas pinceladas sobre el tema. Según Justin Greggn, investigador en cognición social de delfines, «la inteligencia es una medida de lo parecido que es el comportamiento de un ser al de un humano adulto». Es