No todo está en la cabeza
Lo primero que piensan los familiares, los profesionales y los demás integrantes de su entorno, es que los niños o adultos con trastornos del desarrollo, como el autismo, tienen un “problema en la cabeza”. Y es que muchos síntomas del autismo confunden a la mayoría de personas. Obsesiones, tics, aleteos, miradas esquivas, rituales extraños, falta de entendimiento, coeficiente intelectual límite, problemas para sociabilizar, problemas de comunicación y de lenguaje, e incapacidad de usar los objetos o juguetes de forma adecuada, aparentemente señalan como causante al cerebro.
De los niños con TEA (trastorno del espectro autista) se dice que “están desconectados” o que “viven en una burbuja”. Así lo definen los mismos padres ya que, al fin y al cabo, incluso los profesionales basan su diagnóstico en la observación del comportamiento del niño. Solo lo externo se valora o se analiza, y solo los molestos síntomas se tienen en cuenta. Este planteamiento simplista lleva a confundir a todo el mundo. Nadie le da relevancia al hecho de que estos niños muestran claros signos de alarma indicando que algo no va nada bien en su organismo: desde alteraciones digestivas