SAN FELIPE, MÉXICO. Venimos al desierto en busca de peces. De los que están muertos. El olor rancio y poco salubre que azota mis receptores olfativos sugiere que debemos estar cerca. La fotógrafa Kirsten Luce y yo nos aproximamos a la fuente del hedor.
Estamos en un vertedero aislado, no oficial, rodeado de todo tipo de cosas, desde neumáticos y retretes hasta botellas de plástico y equipos electrónicos. El agua azul del golfo de California brilla a nuestras espaldas mientras el pescador que accedió a traernos hasta aquí revisa los desperdicios.
“¡Ahí! Eso es totoaba”, grita y señala un gran montículo. Entre la basura, más de una docena de enormes cadáveres de peces en descomposición se desparraman sobre una sábana floreada. Escamas plateadas y brillantes cubren algunos de los cuerpos; otros restos no son más que cabezas y aletas.
Cerca hay más cadáveres de totoaba. El pescador señala una hendidura a lo largo de un cuerpo del que, según dice, los totoabaeros, cazadores ilegales de este pez, habrían extraído la vejiga natatoria del animal. Cuando está llena de aire, este órgano conocido también como buche- ayuda a mantener la flotabilidad. Las vejigas son muy apreciadas en China y otros países asiáticos, donde se sirven en sopa por sus supuestas propiedades medicinales, como nutrir el hígado y los riñones, mejorar la piel y favorecer la circulación sanguínea. Se venden por peso: un kilogramo puede llegar a costar too ooo dólares, según algunos informes.
La totoaba, que solo se encuentra en el golfo de California, es el pez más grande de la familia de las corvinas, llamadas así por el sonido que emiten cuando el aire entra y sale de su vejiga natatoria. Pueden vivir hasta