El año empezó para Olafur Eliasson, como acabó el anterior; con un ritmo frenético. Acaba de clausurar una exposición en Palazzo Strozzi de Florencia y otra, en el Castello de Rivoli de Turín, permanecerá abierta hasta finales de marzo pero, a pesar de ello, su estudio no para de trabajar en nuevos proyectos. Un estudio ubicado en el barrio berlinés de Mitte y que, en los momentos de mayor actividad, llega a reunir a más de cien trabajadores que se dedican a materializar las ideas de este artista nacido en Copenhague en 1967 y cuyo trabajo se ha caracterizado por ofrecer experiencias inmersivas mucho antes de que esta expresión se adueñara de la actualidad artística con un significado muy diferente.
Eliasson alcanzó el reconocimiento muy pronto en su carrera. La intervención denominada ayudó a que su trabajo se conociera en ciudades como Estocolmo, Bremen, Los Ángeles o Tokio. Este proyecto, realizado a finales de los noventa, consistía en teñir los ríos de estas ciudades de color verde, un color que habitualmente se asocia con lo saludable pero que en un río puede ser interpretado como algo tóxico o contaminante. Una acción que realizaba de forma totalmente clandestina y sin previo aviso con un colorante denominado uranina, un tinte fluorescente inocuo y soluble en agua. Se trataba de observar la reacción de la gente, que iba desde la investigación policial que se inició en Tokio hasta la indiferencia de los ciudadanos de Los Ángeles. Tras esta y otras obras públicas desplegadas en ciudades de todo el mundo, llegó el proyecto que le consagró como artista y popularizó entre el gran público: The Weather Project, ese gran sol que instaló