PARÍS, FRANGIA.- ¿Quién era realmente Alfred Agostinelli, ese joven buen mozo que prestó servicio a Marcel Proust como chofer en 1907 y secretario en 1913 antes de matarse en un accidente de avión, dejando al escritor desconsolado?
De todos los íntimos del novelista, Agostinelli es quien despierta más fantasías y controversias. Biógrafos y admiradores de Proust, exégetas de su obra llevan décadas tachándolo de manipulador cínico exclusivamente interesado en la fortuna del escritor.
El único mérito que todos le reconocen es haber servido de modelo para Albertine, la figura femenina más mencionada en En busca del tiempo perdido.
Jean-Marc Quaranta, por el contrario, retrata a un “tipo bien” en Un Amour de Proust, primera biografía de ese joven enigmático, insistiendo en su ansia casi existencial de no dejarse apresar por la pasión sofocante que inspira al novelista.
Oriundo del sur de Francia como Agostinelli y como él de origen italiano, profesor de literatura de la Universidad de Aix-Marseille y reconocido experto en los manuscritos de Marcel Proust, Quaranta es también el editor científico de El tiempo perdido, texto rechazado por Gallimard en 1912 que el novelista restructura convirtiéndolo en Por el camino de Swann, publicado en 1913 con la editorial Grasset y A la sombra de las muchachas en flor, aparecido en 1918 por Gallimard y galardonado con el prestigioso premio Goncourt.
Son los trastornos causados por la extraña relación con Alfred Agostinelli -mezcla, por parte de Proust, de tierna amistad, complicidad fraterna, atención paterna, celos incontrolables, amor posesivo y a veces desquiciadoque inspiran cambios y remodelación de El tiempo perdido. Esa experiencia pasional irriga también Sodoma y Gomora, La prisonera y La fugitiva.
El pasado 18 de noviembre, Gallimard celebró el centenario luctuoso de Marcel Proust con la publicación de El tiempo perdido, hasta la fecha inédito, no como disculpa postuma sino por considerar el texto importante para profundizar la génesis de En busca del tiempo perdido.
Nadie mejor que Jean-Marc Quaranta podía rehabilitar a Agostinelli, pero el catedrático confiesa que encontrar huellas de esa estrella fugaz fue una hazaña de 10 años que lo convirtió en Sherlock Holmes y transformó en una suerte de novela de detectives.