LA SALITRERA, VILLA DE ZARAGOZA, SLP.- Las retroexcavadoras martillan a toda velocidad lo que hace algunas décadas fue un bosque de pino y encino. Traca-tatatatata-traca-tatatatata, suena el mecánico traqueteo que entorpece el silencio de la Sierra de Álvarez, una de las 40 Áreas de Protección de Flora y Fauna (APFF) de México y donde a pocos kilómetros se ubica la mina de flúor más grande del mundo.
Daniel vigila un declive mondo junto a la presa de jales 4, usada para almacenar residuos de la extracción de fluorita en una superficie de 21 hectáreas, autorizada desde 2016 por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Sus botas se resbalan en una arenisca blanda marcada por huellas de tractores.
–¿De quién son estas tierras? –se le pregunta.
–Son tierras de la comunidad, pero las trabaja Koura –dice Daniel, enfundado en su overol de trabajo.
Daniel acomoda la tubería como si jalara las venas de una bestia que excreta desechos terrosos. Frente a él resisten algunos árboles sumergidos hasta la copa: negros como plátanos podridos, completamente envenenados. Una naturaleza muerta.
Cuesta abajo, un camino lodoso se abre paso a una de las cortinas de la presa de jales número 6, un cuerpo de desechos con 22 hectáreas, en operación desde 1982. Desde la punta del cerro El Órgano, una de las atracciones para los senderistas en la Sierra de Álvarez, se observa cómo la mina se va comiendo a la sierra como la lepra se come al cuerpo.
La Salitrera es una comunidad atrapada en un ambiente industrial: garras de máquinas que en algún momento destriparon la sierra, tanques oxidados, naves industriales, kilómetros de mangueras que se desparraman como intestinos a la orilla del camino. Apenas tiene una pequeña unidad médica rural del IMSS, donde la atención es exigua debido a la falta de médicos en la comunidad.
Aunque La Salitrera depende del