Bernardo fue incinerado en una ceremonia a la que solo asistieron su viuda, Junco, y Anabel
EL viernes 25 de noviembre, a las 10.45 de la mañana, la vida de Bernardo Pantoja (69) se apagaba en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde llevaba ingresado varias semanas. Junco, su mujer, entrelazaba sus manos con las de él cuando este exhalaba su último suspiro y el silencio de la habitación era roto primero por los llantos de su hija, Anabel Pantoja (36), y más tarde por los de su ya viuda.
Isabel Pantoja, la hermana de Bernardo, lo acariciaba con ternura, mientras Junco repetía una y otra vez: “Ay, por Dios. Mi Berna”, llorando y gritando. Isabel intentaba consolarla y le decía: “Tranquilízate, cariño. No mires, hija. No mires…”. Una escena que nos cuenta uno de los testigos que estaba en esa habitación, en declaraciones exclusivas a SEMANA.
La pena y el dolor sustituían el ambiente crispado que reinaba desde horas antes, cuando los ánimos estaban a flor de piel. Pero fue solo una breve pausa