Durante el 22, husmeé en otras tantas historias que se quedaron en el tintero y nunca pasaron al papel en blanco. Estas son algunas de ellas.
Un solo cuadro y, tal vez, la mejor exposición del año. Nos situamos ante de (1869-1954). Es un viejo conocido si han visitado el MoMA. Entró en su colección en 1949. Pero en esta ocasión está rodeado de otras seis pinturas, tres esculturas fue pintado en 1911 por encargo del magnate textil Sergei Shchukin, para su casa de Moscú. Cuando Matisse le escribe anunciándole la obra, la describe como “una pintura sorprendente al principio. Obviamente es nuevo”. El ruso, gran mecenas del francés, no la compra. ¿Demasiado nuevo? En los años siguientes se exhibe en Londres y Nueva York donde es vilipendiada. Durante 15 años permanece en poder del artista. Reaparece a finales de los veinte en Cargoyle Club en Londres. Cruzó el océano en los cuarenta al adquirirlo un galerista de Nueva York y acabó en el MoMA. Fue radical en su día –la superficie monocroma, el color impactante, el difuminado del espacio,…– y lo sigue siendo hoy. Aviso: hay disponible un excelente catálogo.