Las emociones se podrían entender, desde una perspectiva básica y carente de sensibilidad, como una experiencia afectiva agradable o desagradable, que supone una cualidad fenomenológica característica y que compromete tres sistemas de respuesta: cognitivo-subjetivo, conductual-expresivo y fisiológico-adaptativo. Pero las emociones son algo más que una definición básica, es la motivación diaria con la que vivimos, las experiencias son parte del aprendizaje, la evolución el crecimiento. A pesar de que día a día experimentamos infinidad de emociones, nos resulta muy difícil definirlas.
Las emociones se viven, se sienten y se reconocen, pero solo una parte de ellas se puede expresar en palabras o conceptos. Van ligadas a memorias, experiencias, ciertos olores y sabores característicos que nos recuerdan a pequeños detalles de nuestra niñez, sin ellas no podríamos adaptarnos a cada cambio de la vida, seriamos seres inanimados, porque la sensación de sentirse vivo no se produce con el simple hecho de abrir los ojos y mover el cuerpo.
Lo mismo pasa con el resto de seres vivos, sin las emociones no podrían adaptarse a cada cambio, circunstancia o peligro. La capacidad de sentir emoción es un fenómeno adaptativo que ayuda a los seres vivos a permanecer con vida, es un instinto y va vinculado con la supervivencia. Por ejemplo, algo tan básico y que compartimos con los animales, es la capacidad de recordar el dolor, lo cual nos protege de ciertas experiencias peligrosas.
Damos por sentado, de forma egoista, que el ser humano o ciertos mamíferos son los únicos capaces de experimentar alegría, angustia, placer o dolor. Nos olvidamos de otros seres vivos que son más complejos de lo que nos imaginamos