El enojo fue lo que llamó mi atención. Como una joven feminista se me hizo fácil y satisfactorio cantar “I’ve had it up to here…” a todo pulmón junto a Gwen Stefani. Pero mi afinidad por la furia pronto se agotó y se convirtió en una preferencia por un tipo de tristeza introspectiva. Era una noche lluviosa (en realidad no era así) cuando fui con mi papá a la tienda de discos y me dejó comprar lo que quisiera.
Llegué a casa con el icónico disco de 1996 de Fiona Apple, Tidal. Las resonantes tamboras del intro de la primera canción “Sleep to Dream” eran como una batalla de llanto: “I tell you how I feel, but you don’t care/I say tell me the truth but you don’t dare”, Fiona cantaba en su voz conmovedora y agotada –posiblemente respecto a una ruptura y, definitivamente, respecto al mundo–. Tenía como 12 años y no había experimentado ninguna de esas cosas, pero sentí su honestidad en el fondo de mi corazón.
Al poco tiempo quedé envuelta en el universo del Sad Girl Music, un término (burlón) al que algunas de las cantautoras femeninas más brillantes de la historia de la música han recurrido –mujeres cuyas canciones articulan un sentimiento en particular de vivir en como Billie Eilish, quienes colectivamente han evolucionado el estilo a algo articulado respecto a lo que es vivir en un mundo que se encuentra al borde del colapso climático (y de muchos otros).