A principios de octubre de 2020, un grupo internacional de astrónomos anunció el hallazgo de un planeta errante del tamaño de la Tierra bautizado con el poco atractivo nombre de OGLE-2016-BLG-1928. Su descubrimiento es el resultado de la colaboración de dos equipos, el polaco OGLE (Optical Gravitational Lensing Experiment) y el surcoreano KMTN (Korean Microlensing Telescope Network). Ambos hacen uso de las llamadas microlentes gravitacionales, un peculiar fenómeno astronómico –consecuencia de la teoría de la relatividad general de Einstein– que requiere de dos cosas: una fuente de luz distante, como puede ser una estrella, y un objeto más cercano que cuente con suficiente masa como para lograr deformar la imagen de esa hipotética estrella que se recibe en la Tierra. Cuando esto ocurre, la luz de la citada fuente se magnifica, lo que permite a los científicos recabar datos de objetos que, de otro modo, podrían permanecer por completo invisibles.
Eso sí, ello exige que tenga lugar una alineación muy precisa, y esta puede perdurar mucho tiempo o unos pocos segundos. La suerte juega un papel crucial en todo ello. Aun así, se trata de una novedosa forma de estudiar cuerpos que emiten poca o ninguna luz, una de las razones por las que también se emplea para tratar de localizar la materia oscura. Precisamente, el OGLE se lanzó en 1992 con el objetivo de dar con ella, y un efecto colateral ha sido hallar un puñado de planetas extrasolares, entre ellos el mencionado OGLE-2016-BLG-1928, un mundo vagabundo, no sujeto a un sistema solar, que se mueve con libertad por la Vía Láctea.
¿Cuántos de ellos podrían estar dando vueltas por la galaxia? Dar una cifra es un juego arriesgado y puede hacerse de dos modos: mediante modelos matemáticos o extrapolando los