¡POR TUTATIS!
Rosa Estévez, que es una maravillosa directora de casting, fue la que me llamó. Con ella había hecho otras dos producciones internacionales: (2004) y (2011). Desde el principio tuve buenas sensaciones. Como niño inmigranteY trabajar con Catherine Deneuve y Gérard Depardieu era un sueño porque yo siempre he sido, ante todo, un gran espectador, y a ellos los admiraba desde aquella época. Antes del rodaje, enviaron un fotógrafo a mi casa para que tomara imágenes de mi cuerpo, querían asegurarse de que no tenía tatuajes o no se me verían. La prueba de casting fue la lectura del texto, que me pareció muy divertido. Interpreto a un torturador romano y, mientras hacía sufrir a Astérix (Edouard Baer), le contaba que iba a dejar ese trabajo porque estaba mal visto, pagaban poco y era agotador. Al final la mayoría del parlamento se lo dieron al protagonista y al director, Laurent Tirard, se le ocurrió que mi voz fuerte se convirtiera en una débil cuando Obélix (Depardieu) iba a rescatar a su amigo. Puse la de un niño, la de una anciana… hasta que dimos con la que Tirard buscaba. Nos reímos mucho con aquella genialidad improvisada. Obélix derrumbaba la puerta y yo moría aplastado por ella. Así terminaban mis tres días de rodaje en Hungría, que el director cerró invitándome a cenar con otras dos personas del equipo. Los escenarios eran enormes, tanto que nos movíamos en esos coches con los que se trasladan en los campos de golf. Aunque teníamos conductor, Depardieu prefería manejarlo él, le gustaba dar volantazos. En momentos así te dabas cuenta del gran niño que es también. Utilizaba de camerino una vieja caravana, como de zíngaro, que su chófer le llevaba a todos los rodajes. Aunque es una estrella, se mostraba afable y coloquial. Con Catherine no compartí escenas, coincidí con ella en el estreno, en el mítico cine Rex de París. ¡Otra noche para el recuerdo!
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