¿Por qué el desierto engancha?
Los Audi parecían sacados de una película de ciencia ficción y que en lugar de rugir, silbaban como coleópteros cabreados
de 11 años cuando el Rally París-Dakar arrancó en 1978, en plena llegada de la democracia a España y donde tener TV en color con 625 líneas… se consideraba un lujo de políticos. Era una época en la que ya llevábamos cuatro años tragando el pobre Marco y la controvertida Heidi (de quien decía mi abuelo: “estás más desfasado que los muebles de soltera de su habitación). En los ochenta, la mayoría de las televisiones al estilo americano, tenían el cajón de madera para no desentonar con el mobiliario de las casas, pero su cristal abombado mostraba que aquella “caja para tontos” había inaugurado el color hacía poco tiempo. Ver el París-Dakar en color nos volvía bobos a los niños, con coches, motos, quads, todoterrenos y lo que más nos hacia soñar, camiones... Pues cuando todo eso lo ves en directo, sientes que un sueño más se te ha cumplido. El Dakar, el raid-rallye-aventura más largo y duro del mundo, era un acontecimiento diario que desbanca incluso a los Reyes Magos en los primeros días del año y seguido por millones de personas de todo el planeta. Cualquiera que compraba un todo terreno o una moto campera, tenía en la cabeza “París-Dakar” como un viaje a la Luna soportable. Dakar, el Dakar… una palabra sagrada que cuando la pronuncias, la mayoría de los mortales dicen: “No y que solo por inscribirte en una categoría sencilla hay que desembolsar 10.000 euros y si cuentas con asistencia y mecánicos la media son 30.000 y en algunos casos hasta los 300.000 si la asistencia es de guante blanco como los que corren en la versión Dakar Classic. Y eso es lo que hicimos, realizar un sueño alcanzable y qué mejor que seguir al equipo Audi oficial, con esos coches que parecían sacados de una película de ficción y que en lugar de rugir, silbaban como coleópteros cabreados.
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