Ebrard no quiso escuchar
Siete años antes de la tragedia del Metro, en marzo de 2014, me reuní con Marcelo Ebrard Casaubon en una casona de la colonia Condesa. Aproximadamente a las 11 de la noche llegué a la cita en el inmueble ubicado en la calle Alfonso Reyes. Un vigilante atendía la recepción.
–Tengo cita con el licenciado Marcelo Ebrard.
–Pase, la está esperando –respondió, y luego me condujo al primer piso.
Después de algunos minutos entró Marcelo, de traje sastre, pulcro, como es su costumbre. Saludó muy serio.
–¿Cómo está? Buena noche –le dije, y extendí la mano.
– Buena noche –respondió, parco.
Ebrard lucía molesto. Como reportera llevaba semanas publicando en Reporte Índigo información de las irregularidades que presentaba la Línea 12. Había ventilado una serie de comunicaciones entre el consorcio constructor y el Proyecto Metro que alertaban sobre la aparición de un fenómeno conocido como “desgaste ondulatorio”.
Dicho fenómeno destrozaba los rieles y los durmientes desde antes de que la obra fuera inaugurada, en 2012. Intentaba explicarle a Ebrard el contenido de aquel informe confidencial que advertía del peligro de un descarrilamiento de la Línea Dorada que él había construido cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal.
El 18 de febrero, la edición de publicaba mi reportaje “Peligro en la Línea 12”; ahí se destacaban
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