Maurizio Gucci era un hombre metódico. A las 8:30 del 27 de marzo de 1995, caminó los 140 metros que separaban su residencia de la oficina de Via Palestro, a pocos metros del Cuadrilátero de la Moda de Milán, donde se concentran algunas de las tiendas más lujosas del mundo. Apenas había atravesado la entrada, cuando recibió cuatro tiros por la espalda. Pese a que había dos testigos presenciales, el asesino huyó y la policía no logró dar con su pista durante dos años.
Se barajó que era un ajuste de cuentas de la mafia (¿qué otra cosa, si no, en Italia?). Se investigaron al dedillo los movimientos financieros de la víctima, que apenas 18 meses antes se había visto obligado a vender Gucci a Investcorp, un fondo de inversión con sede en Bahréin. Fue el final de una de la ´Ndrangheta ni por un oscuro financista árabe, sino por una conocida de Milán: Patrizia Reggiani, su exexposa, la madre de sus dos hijas, Gucci.