Lucinda Chambers
Hoy su melena, espontánea y a la vez acicalada, los khakis palazzo de lona, la camiseta azul marino bajo un cárdigan con cremallera y las creepers de plataforma -decidida marca registrada del look Chambers-pintan la imagen que lleva trazando hace cuatro décadas: cuidadosamente accidental e intuitivamente planificada; libremente referencial y, a la vez, enteramente sui generis. Según dice Cassandra Maxwell, fundadora de @agentofsubstance, “el talento de Lucinda es indudable y su ojo es impecable, pero todo lo hace con enorme ingenio e infinita ligereza.”
La magnífica casa de Chambers, en el barrio de Shepherds Bush, es un abracadabra de referencias, colores y texturas impregnados de una visión tan sólida como cohesionada. La cocina, repleta de luz, es el escenario perfecto para hablar de Collagerie y Colville, los dos proyectos que han reconfigurado su vida después de 36 años en Vogue.
Su carrera en Vogue comenzó como junior en el departamento de contabilidad, a lo que le siguieron tres años asistiendo a la legendaria Beatrix Miller, entonces directora de la revista. Fue cuando empezó a
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