SOBRAN LAS PALABRAS
LE RECORDAMOS GESTICULANDO, sin emitir más sonido que el figurado, del que el espectador imaginaba el del bastón de caña que formaba parte inequívoca de su vestuario, o el de, en la que ya se escuchaba su voz, sea por muchos considerada muda. Y creó un personaje, el vagabundo –aunque para un español siempre será Charlot–, que alcanzó gloria y posteridad con actuaciones memorables e irrepetibles, y en el que, a pesar de sus penurias económicas, mantiene un porte de caballero, algo que delatan sus deslucidos ropajes. En la creación de este personaje seguramente tuvo que ver el hecho de una infancia difícil y complicada, que le llevó de una lado a otro y con unos padres a los que perdió de niño. Aunque antes del cine hizo trabajos diversos, cuando en 1907 ingresó en una compañía de mimos pareció claro que había nacido para revolucionar aquella incipiente manifestación artística que era el cine. De todas las películas previas a sus obras en las que ya había quedado evidenciado su humor, su capacidad para provocar la carcajada simpática, hay una que ha cumplido un siglo y que muestra también al Charlot humano unido al del personaje pícaro y buscavidas: . Una historia tierna, donde la risa deja paso también a algunas emociones y en la que Chaplin dibujó uno de sus personajes más humanizados. A lo largo de su vida, el actor dio paso también al productor, al compositor, al guionista y director, al escritor, pero ninguno de ellos pudo superar al personaje, a ese vagabundo con el que el cine creció.
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