BEATRIZ NARANJALIDAD
n el metro madrileño de Ríos Rosas, los vagones desfilan frente a fragmentos ilustrados de Fortunata, arquitecta e ilustradora. Siente un afecto especial por aquel encargo; ver su arte a gran escala no le asusta. De hecho, le encantaría decorar con él la Plaza de Callao en un matrimonio perfecto entre sus dos inclinaciones. "Normalmente, la buena arquitectura tiene más efecto en mí que la pintura", confiesa. Recuerda vívidamente su llegada al Panteón de Roma, a los 17 años, durante un viaje escolar de fin de curso. "Me quedé totalmente en blanco. A esa edad, no es muy normal decir que eres incapaz de explicar lo que un espacio te hace sentir. Así que no dije nada y paseé en silencio, bordeando el círculo de sol que se proyectaba en el suelo". Sus trabajos también invitan al paseo. Microcosmos bidimensionales habitados por mujeres que, al devolvernos la mirada, nos acogen en su mundo.
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