La elegancia de ser Carolina
Carolina Adriana tenía 12 años cuando su madre presentó su primera colección de moda en el Metropolitan Club de la ciudad de Nueva York, en 1981. Entonces Carolina Herrera tenía 42 años, y junto con tres de sus cuatro hijas, y su marido aristócrata, los Herrera, de origen venezolano, se instalaron en la “Gran Manzana”. Así, la matriarca de este clan inició la construcción de un imperio con el apoyo de su familia, una empresa que cuatro décadas después es un icono de sofisticación y estilo.
Carolina hija, a quien su madre se ha referido como “la verdadera Carolina Herrera”, porque “yo el Herrera lo tomé prestado de mi marido”, creció dentro de un linaje de mujeres de estilo, heredando de su madre y sus abuelas el gusto por la belleza y la moda. Rodeada de arte, cultura y un joie de vivre que distingue a las Herrera.
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“¡Hace años que no hablaba con nadie de ”, me dice Carolina cuando toma mi llamada. Su voz es pausada y tan amable, que me impulsó en gran medida la carrera de tu madre en Nueva York, cuando empezaba en los 80, y la ha acompañado desde siempre”, y me responde afirmativamente. “¡Claro! Recuerdo a Mari Ichaso (nues tra corresponsal en Nueva York), a en la casa, en la vida de uno. Desde Venezuela era la publicación que estaba en todas partes”, contesta segura.
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