Dos mujeres y un destino
uando se la conoce por primera vez, todo se resume en una palabra: volcán. No muy grande, pero simplemente impresionante. A Maria Grazia Chiuri no le hace falta su lápiz de ojos fetiche para subrayar el fuego que se esconde en el fondo de sus ojos. Su cabello es de color platino y lo lleva pegado y recogido sobre la nuca, luce los pies casi desnudos, con sandalias negras minimalistas, y viste una camiseta blanca y un vaquero. ¿Qué más se necesita? Porta una sortija en forma de calavera, firmada por Attilio Codognato, el mítico joyero veneciano: es el golpe punk en un de una austeridad granítica. Es una paradoja, al tiempo rebelde y conservadora, capaz de enfrentarse a los machos alfa del lujo que la han contratado. Con clase, en definitiva. La directora artística de Dior, que empezó su función en la hace cuatro años, ha elegido claramente su categoría, y no es la de las apariencias. Ser ella misma, solo ella, sin nada ficticio, con todo lo que eso implica: talento, libertad y cultura. Y pasión. Maria Grazia dice que la ropa es la primera casa del cuerpo. Y al verla una se dice que la ropa más bella para una mujer es su inteligencia. Y cuando se la ve junto a su hija Rachele Regini en las fotos, es imposible no pensar que el amor que las une es su mayor fortaleza. Rachele, de 24 años, se ha unido a su madre en Dior como consultora cultural. Grande, espléndida, vestida de y ceñida con un corsé de cuero color tabaco, es una hija volcán con fuego en los ojos, como su madre. Mientras posan delante del objetivo mirándose, uno asiste a una transformación en directo. Sus caras se funden como un helado italiano de vainilla, sus rasgos se aclaran" (todos deberíamos ser feministas), afirmaba en 2016 en una camiseta de 550 euros, un éxito viral que apareció en las marchas de mujeres anti-Trump en Estados Unidos. Esta frase de Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora nigeriana con la que Chiuri escogió colaborar para su primera colección en Dior, anunciaba la llegada del color. La directora artística de la maison, con una audiencia planetaria, iba a trabajar para deconstruir los estereotipos, mover las fronteras, invitar al mundo a subirse a la pasarela, todo esto con una gracia absoluta. Es increíble el poder que tiene una prenda de ropa. Cuatro años y una pandemia más tarde, el trabajo de Maria Grazia tiene un éxito comercial insolente. Citamos a la madre y a la hija unos días antes del último desfile. Maria Grazia se escapaba de la sesión de fotos para ir a fumar al balcón de su despacho, que se abre sobre un jardín italiano que le recuerda a su casa de Roma. Olivos, menta, limoneros y, a lo lejos, la torre Eiffel. Una oleada de aire fresco. En una semana, París vivirá su primera Fashion Week posconfinamiento. La escenografía del d e s f i l e Primavera-Verano 2021 de Dior resulta críptica. En la pasarela, las modelos no son solo blancas y exhiben un género indefinido, y presentan piezas aéreas, expresión de una moda que escucha al mundo. Al final del desfile, la irrupción de una militante de Extinction Rebellion con una pancarta que dice "" (Todas somos víctimas de la moda) hace reflexionar a los asistentes. ¿Esta sana protesta no habría sido más coherente en la pasarela de una marca de moda rápida? Seguro que Maria Grazia y su musa Rachele harán algo a partir de esta aparición imprevista. A la luz del sol, sabemos que la fiesta y la extravagancia que siempre han caracterizado a la Fashion Week quedarán como curiosidades de un mundo antiguo. El de ahora es "como una religión sin Iglesia", dice consternada Maria Grazia mientras coge uno de sus cigarrillos Chesterfield. La crisis sanitaria ha trastornado profundamente a la creadora, que ha hecho suyo el aforismo latino (recuerda que vas a morir). Estas palabras que un esclavo murmuró al oído de un general romano victorioso para invitarle a la modestia son el nombre de sus sortijas Codognato. A lo largo de este encuentro fascinante, decido que esas palabras deberían ser la firma de Maria Grazia, encajadas entre el poder y la discreción. Después de unas dos horas de conversación, me voy con la impresión de haber recibido una enorme y magnífica bofetada. Algo inesperado.
