EN BUSCA DEL PACIENTE CERO
Meliandou es un pueblo de casas de adobe en medio de una zona de cultivos de arroz, café y cacao, en el sur de Guinea. Sus habitantes suelen lucir vestimentas de hermosos colores; las mujeres preparan la comida en el exterior de los hogares y lavan la ropa en un río cercano, mientras que los muchachos trillan las matas con palos. Este fue el escenario en el que el 26 de diciembre de 2013 comenzó una auténtica película de terror. Emile Ouamouno, un niño de dos años, había estado jugando cerca de un agujero de un árbol hueco, a apenas 50 metros de su vivienda; se trataba de un nido de murciélagos. Es posible que tocara sus heces y luego se llevase las manos a la cara, que fuera mordido por uno de ellos o que hiriera a alguno y se manchase con su sangre. El caso es que enfermó y dos días después murió entre vómitos y diarreas. Poco más tarde lo hicieron su hermana y su madre.
Meliandou se convirtió así en el epicentro de una epidemia de ébola, el virus más mortífero conocido, que durante casi tres años se extendió por Liberia, Mali, Nigeria y Senegal y llegó a alcanzar Estados Unidos, España y el Reino Unido. Se contagiaron más de 28 600 personas y fallecieron 11 325, en su inmensa mayoría en los países africanos.
La búsqueda del paciente cero, esto es, la primera persona afectada, es una tarea sesuda y a veces imposible. Los epidemiólogos se convierten en detectives que tratan de esclarecer en qué circunstancias se produjo y, a menudo,
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