MÚNICH Culturalmente inquieta
La ciudad duerme. Desde la habitación de mi hotel se ven, de frente, los tejados salpicados de un amplio muestrario de torres que parecen empinarse tratando de sobresalir. A la izquierda, un parque teñido de los tonos miel del otoño. Y a la derecha, la estación de ferrocarril, un universo de vías por donde van y vienen trenes desde que raya el alba. Poco a poco, Múnich se despereza, y para cuando quiero salir, ya se han instalado en el cielo los colores del amanecer, y el ajetreo en las calles inicia su cadencia rutinaria.
El ritmo de los muniqueses me impulsa al centro histórico, a Marienplatz, el corazón que insufla vida a las arterias adyacentes, y que acoge tal concentración de belleza arquitectónica que invita a perder la noción del
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