Liam Payne su voz y su guitarra
Son pocas
LAS PERSONAS que se ven en la posición de elegir entre una carrera como atleta de alto rendimiento o una reconocida estrella del pop. Sin duda ambas opciones implican sacrificios extraordinarios desde muy temprana edad que solo pocos están dispuestos a cumplir: disciplina, pasión, talento, vivir lejos de la familia y amigos, poco hogar, muchas horas de soledad, dinero y todo lo que la fama conlleva, para bien o para mal.
Es el caso de Liam Payne, quien de niño soñaba con ir a las Olimpiadas como corredor y, al mismo tiempo, le prestaba una atención muy especial a la música. Al final, Payne, después de experimentar la frustración que supone la carrera de un atleta, y que la vida misma le mostrara que su camino iría por otro lado, decidió enfocarse en la música. Hoy no cuesta trabajo reconocer al atleta en su cuerpo marcado y tatuado -y en ese rostro perfectamente afeitado como recién salido del aparador de una tienda exquisita-, pero en el deporte la competitividad nos es un asunto negociable; por más esfuerzo que pusiera en ello, difícilmente llegaría al nivel que necesitaba para integrar el equipo olímpico representante de Inglaterra en pruebas de velocidad. El mundo del arte
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