EL DORADO DE MATHIAS KISS
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Mathias Kiss es un personaje único en su medio. Artista francés codiciado por el parisino, circula tranquilamente entre los campos del arte en la pintura, la escultura y la arquitectura. El artista-artesano, que comenzó su carrera como aprendiz de pintor y vidriero a la edad de 14 años, cuando fue expulsado de la escuela, decidió desde el principio que la monotonía no era lo suyo. A los 17 años, se incorporó a los Compagnons (círculo. Al principio admiras a tu maestro, hasta que descubres que él está restringido a ángulos rectos, sin siquiera cambiar una palma”, dice Mathias a en su estudio (“caóticamente organizado”) en el corazón de la secular Place des Vosges. Con las grandes obras que realizó, Mathias se convirtió en un restaurador de primer nivel. A sus 30 años, el artista de ascendencia húngara sintió un impulso -presente desde su tierna infancia, cuando creó verdaderas obras de arte con juegos de construcción-, un deseo latente de hacer las cosas de manera diferente, de salir del encuadramiento y escaparle al protocolo del academicismo francés, para decodificar el clasicismo lleno de reglas. “Al mismo tiempo, para rendir mi más sincero homenaje a mis ‘padres’ y ‘pares’ adoptivos: mis maestros, así como mis profesores de obras”, afirma Mathias. A partir del 2002, continuó una carrera en solitario para crear su propio estudio de arte decorativo. Por esos días, abandonó el boxeo tailandés de competencia, que realizaba simultáneamente con su trabajo. Hoy, con 47 años, Mathias se deshizo poéticamente de todo lo que aprendió y aplicó con tanta paciencia al pie de la letra. “Sólo sabemos cómo deshacernos cuando dominamos la técnica”, dice. En sus instalaciones y obras, las cornisas, los dorados con hojas doradas, los espejos, todos los códigos franceses clásicos son liberados. Pero, por supuesto, nuestro héroe nunca se aleja demasiado de los materiales nobles y las técnicas artesanales que han hecho del clasicismo un hito en la historia del arte. En realidad Mathias los modifica y los libera, sin cuestionarse en ningún momento si es bello o feo, sólo por la necesidad de crear, de hacer lo que aprendió incluso en una preadolescencia llena de los cuestionamientos propios de esa edad. El resultado es una creación contemporánea, vanguardista e infinitamente poética. “Todo lo que hago es complicado: colocar hojas de oro en mis obras es idea mía, y quien paga por eso soy yo. Pero no podría ser diferente, crear es parte de mí; si no lo hago, me muero. No pensé en ser artista, lo soy. Es diferente”, explica. “Mi obra , exhibida en el Palais de Tokyo, muestra una cornisa de oro gigante y desnivelada, es hermosa, pero cuando la creé, no sabía por qué la estaba haciendo”, afirma.
