EL ALCÁZAR DE MADRID, EN LLAMAS
Al rey Felipe V no le gustaba nada el Alcázar de Madrid. No en vano, poco después de que la victoria en la guerra de Sucesión (1701-13) confirmase el cambio de dinastía en el trono de España, el francés ordenó transformarlo a su gusto. Aquel palacio oscuro, severo y asimétrico que había heredado de los Habsburgo no se parecía en nada al Versalles opulento, elegante e ilustrado donde había nacido y pasado su infancia el primer Borbón que iba a reinar en España.
Por eso, cuando durante la Nochebuena de 1734 comenzó a arder con furia, los maledicentes rumores madrileños presumieron tras las llamas una maniobra orquestada por el rey, que se encontraba en el palacio del Buen Retiro. Quizá aquella conjetura parezca hoy excesiva, pero, desde su llegada a España, Felipe V había tratado de decolorar las huellas que los Habsburgo habían dejado en el país durante casi dos siglos. Y ninguna había tan simbólica como el gran palacio: “En comparación con otros edificios de la ciudad, el Alcázar había sufrido pocos y parciales incendios”.
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