JOSÉ JOSÉ De todo y sin medida
En marzo de 2017 trascendió un anuncio en televisión. “Me encontraron un problema en el páncreas, que es un tumorcito chiquito”, expresó el cantante. A los 69 años, con un semblante desencajado por su delgadez extrema, José Sosa, conocido por todos como José José, confirmó el rumor al público: sí, era presa del cáncer.
“Estoy listo para enfrentar esta nueva aventura en mi vida”, aseguró. No obstante, pese a su condescendiente optimismo, la noticia era una tragedia. Y es que, a lo largo de su carrera (de los 60 hasta la segunda década del siglo XXI), la vida del ídolo pendió de un hilo en más de una ocasión. Por evidente y previsible que fuera su mal estado de salud, su confesión se sintió como un dedo en la llaga.
A poco más de un año de la muerte de Juan Gabriel, un grande entre sus contemporáneos, la música en español se acercaba a sufrir otra pérdida. Una muy dolorosa, porque para el latinoamericano en general y el mexicano en particular, su voz de tenor lírico ejemplar era mucho más que eso, era el sonido de una tradición emocional, de una concepción colectiva del amor y el desamor. Fue en la voz de José Rómulo Sosa Ortiz que los más talentosos compositores hispanoamericanos del siglo XX (Armando Manzanero, Roberto Cantoral y Rafael Pérez-Botija) nos enseñaron, entre muchas otras cosas, que una cárcel puede estar hecha de besos y que amar y querer no es igual, porque amar es sufrir y querer es gozar.Pero pasaron más de dos años y el “príncipe” seguía en pie.
Su fallecimiento se anunció hace solo unas semanas, el pasado 28 de septiembre. Tenía 71 años. La noticia conmocionó al mundo. En México, todas las fiestas de ese sábado fueron en su honor y la gente se reunió ante su estatua erguida en la colonia Clavería, donde pasó su infancia y juventud, y donde en sus días más oscuros se le veía deambular con la mirada perdida
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