MUERTE EN LA TERMINAL
Mañana del 13 de febrero de 2017. Un exiliado norcoreano espera en los mostradores de facturación del aeropuerto internacional de Kuala Lumpur, en Malasia, cuando dos mujeres jóvenes se acercan corriendo. Una de ellas, vietnamita y con una camiseta que dice “LOL”, saca un trapo y se lo restriega por el rostro. Media hora después el exiliado norcoreano está muerto. Se llamaba Kim Jongnam y era hijo del dictador fallecido Kim Jong-il, y hermanastro del también dictador Kim Jong-un. Una oveja negra, según los estándares norcoreanos: le encantaba visitar Disneylandia, los buenos restaurantes y viajar por el mundo. Llevaba viviendo en Macao (China) una década. Según cuentan en Corea del Norte, Kim Jong-il nació el 16 de febrero de 1942 en la cima del monte Paektu, una suerte de lugar sagrado para la mitología coreana. Cuenta la leyenda que, al nacer, acabó el invierno y empezó la primavera, una estrella fugaz rasgó el firmamento y un doble arcoíris se elevó por encima del país. Esto es lo que aparece en los libros de Historia que estudian los niños norcoreanos sobre el líder que gobernó con puño de hierro su país desde 1994 y hasta la fecha de su fallecimiento, ocurrida en 2011.
La verdad es algo diferente: Kim Jong-il nació en realidad en el pequeño pueblo de Vyatskoye, entonces perteneciente a la Unión Soviética, en el año de 1941. La noche de su nacimiento no hubo estrella fugaz, doble arcoíris ni nada que se le pareciera. El bebé fue recibido con pesar por su padre, Kim Jong-sung, que vivía en el exilio por culpa de la ocupación japonesa de la península coreana. Sin embargo, un año después —en 1942—, las fuerzas niponas se retiraron de Corea y Kim Jong-sung pudo regresar a su patria. En 1948 se convertiría en el primer tirano de la
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