Viaje a los orígenes
como periodista hace ya más de 30 años, visitar las fábricas de coches me resultaba tan gratificante como acudir a un hospital, pero a la zona de maternidad, y eso es lo que me sigue pasando y lo que he hecho estos días. Y todo tras regresar de un incansable peregrinaje por Brasil, donde el miedo supera a la miseria y donde ver pasar un Bentley es casi impensable, y no será por el mucho dinero de los buenos y pocos empresarios. Desde el año 2003 y como director de la incunable revista que en mi trayectoria dio paso a CAR, había vuelto a Crewe, pero solo a probar las novedades de la marca británica, aunque cierto es que no a pisar la línea de montaje de los Bentley más modernos. La verdad es que me hacía ilusión regresar a un lugar lleno de magia y artesanía, donde conocí en plantilla hasta un longevo capellán católico al que esta vez eche de menos... y no sé si porque su edad, yo creo que hoy incompatible con la vida, o porque el movimiento aconfesional ha llegado a los muros de Bentley también. Me fascinaba volverme a adentrarme en un valle casi sagrado, de donde salen los coches más perfectos del mundo, si consideramos la mano del hombre como la mejor máquina jamás creada o por lo menos, seguimos pensando que es la que más cariño pone a la hora de hacer las cosas. Esto es lo mismo que el sexo cibernético o comer el bollo horneado y un poco quemado que hacía mamá, puedes pasarte a la pastelería industrial o al amor virtual, pero tú mejor que nadie debes elegir la calidad de vida. Y tú mejor que nadie cuando tienes dinero distingues lo artesano de lo popular, y Bentley es de las que prefiere lo primero sin renunciar hoy a la
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos