National Geographic México

Vemos la vida silvestre, pero no su sufrimiento

LAS REDES SOCIALES IMPULSAN EL AUGE DE LAS EXPERIENCIAS DIRECTAS CON ANIMALES EXÓTICOS.
PERO, ENTRE BASTIDORES, LA VIDA DE LOS ANIMALES IMPLICADOS EN ESTE TURISMO SUELE SER ESPANTOSA.

Es de noche y el auto avanza con dificultad por un camino que se ha vuelto fango bajo la lluvia; paso frente a una fila de elefantes. Estuve aquí hace cinco horas, cuando brillaba el sol, hacía calor y los turistas montaban esos mismos elefantes.

Ahora camino y apenas puedo ver el sendero que ilumina la linterna de mi teléfono celular. Cuando me detiene un poste de la cerca de madera del establo, dirijo la luz hacia abajo y sigo una corriente de agua de lluvia que cruza el suelo de concreto hasta toparse con tres grandes patas grises. Una cuarta pata se encuentra suspendida, sujeta a una cadena corta y ceñida por un grillete con púas metálicas. Cuando el elefante intenta apoyar la pata, las púas se hunden más en su tobillo.

Meena tiene cuatro años y dos meses. Una bebé, en términos de elefantes. Aquella tarde, su mahout, o cuidador, me dijo que usa el grillete con púas porque Meena tiende a patear. Khammon Kongkhaw trabaja en Maetaman Elephant Adventure, cerca de Chiang Mai, al norte de Tailandia, y ha estado encargado de Meena desde que la elefanta tenía 11 meses. Kongkhaw me dijo que solo usa el grillete con púas durante el día y lo retira por la noche. Ya es de noche.

Jin Laoshen es el empleado de Maetaman que me acompaña en esta visita nocturna, y le pregunto por qué no le han quitado el grillete. Responde que no lo sabe.

He regresado para ver cómo sigue un bebé.

Maetaman es una de las numerosas atracciones animales de Chiang Mai y sus alrededores. Los visitantes trepan en las trompas de los elefantes que, en respuesta al pinchazo de la pica del mahout (una vara larga con un gancho de metal en el extremo), los levantan para que se tomen fotografías. Los turistas observan a los mahouts azuzando a algunos de los seres más inteligentes del planeta para que arrojen dardos o pateen enormes pelotas de futbol.

Meena es uno de los 10 animales de exhibición de Maetaman. Para ser precisos, es pintora. Dos veces al día Kongkhaw pone un pincel en la punta de su trompa y oprime un clavo de acero contra su cara para dirigir los trazos mientras Meena embadurna colores primarios en un papel. A menudo, el mahout la guía para que pinte un elefante silvestre en la sabana. Al final, los turistas compran sus creaciones.

La vida de seguirá el mismo derrotero de los cerca de 3800 elefantes cautivos de Tailandia, y de miles más en todo el sureste asiático. La obligarán a actuar hasta que cumpla unos 10 años. Después de eso la usarán para paseos. Los turistas se sentarán en unse enferme o sea demasiado vieja para los paseos –quizá a los 55 años, tal vez a los 75– morirá. Si tiene suerte, podrá disfrutar algunos años de jubilación. Aun así, pasará la mayor parte de su vida sujeta a una cadena en un establo.

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