Devorado
EN LA FOTOGRAFÍA, 16 yemas de huevo crudas descansan sobre una cubeta para hielo con cada uno de los compartimentos rebosantes de clara. Alrededor, cáscaras rotas, abandonadas sobre una superficie azul adimensional. Como composición, por sus colores saturados y brillantes, la obra es simple y llamativa, el tipo de imagen que suele aparecer en Instagram, pero no nos está contando la historia a la que nos han acostumbrado las imágenes de comida que dominan las redes sociales: no ofrece una seductora promesa de sabor, ni tan siquiera de que sea comestible. Las yemas de color amarillo brillante son siniestramente rectangulares y ocupan el espacio de cada una de sus celdas en la cubeta, reflejando así las propias dimensiones de la fotografía. La naturaleza ha dejado paso al artificio: la cáscara se ha visto separada de la yema; la forma, del contenido; la comida, de su función. Aquí, no hay nada que comer.
Las creadoras de la imagen, Josie Keefe y Phyllis Ma (ambas de 31 años), llevan desde 2014 haciendo fotografías, revistas y animaciones con el seudónimo Lazy Mom: una invocación del concepto cultural de la mala madre que desatiende a sus hijos. En lugar de preparar meriendas, Lazy Mom se deja llevar por sus impulsos artísticos y fotografía en primeros planos un paquete de mostaza aplastado o rebanadas de pan de molde encerradas en bolsitas de bocadillos iluminando los pliegues de plástico con haces de luz evocadores de las pinturas de Vermeer. Al trabajar con comida –lo que implica jugar con ella, algo que, como señala Keefe, “nos dicen que no hagamos”–, las artistas se enmarcan en una cohorte de creadores estadounidenses para los que los alimentos
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